Desde mi ventana de Southampton... Reflexiones de unas vacaciones de verano

MIGUEL CARDADOR MANSO 
(Ingeniero Superior Industrial)


Dos días después del atentado de Barcelona, me hallaba en una solitaria y casi inaccesible cala almeriense salpicada por varios trozos de paneles de aluminio, maderas, plásticos, ropas y una zapatilla. Con esto, no quiero demostrar que la suciedad no es únicamente un problema de Pozoblanco, ya que aquellos restos eran la prueba de una tragedia bien distinta. La evidencia de una extinta hoguera que habría servido probablemente para calentar el cuerpo en algún baño nocturno involuntario, dejaba a relucir que aquella orilla daba de forma habitual la bienvenida tanto a restos de pateras como a inmigrantes. Observando aquello, meditaba sobre la paradoja de vida en la que aun coexistimos. Para mí ese rincón andaluz era el paraíso porque esas aguas cálidas y cristalinas eran un lugar ideal para descansar, desconectar y practicar snorkel. Para otros, alcanzarlo significa el inicio y fin de una forma de vida, al menos por unos días.

Fueran quienes fueran aquellos que allí llegaron antes que yo, como los que con el beneplácito del mar llegarán después, también son una parte de los musulmanes que entran en España. Bajo ningún concepto creo que se embarquen en una incierta travesía por el Mediterráneo, sin destino asegurado, para conquistar el “Al-Ándalus” que nuestro paisano ‘El Cordobés’, el hijo de la Tomasa, pedía recuperar para el estado islámico en su conocido vídeo. Y menos todavía, con el único propósito de conseguir así las supuestas ayudas sociales existentes en nuestro país. Afirmaciones, que aprovechando estos tiempos convulsos, están cada vez en boca de más españoles.

En un país no muy lejano, hay un razonamiento muy parecido al anterior sobre unas personas que llegan allí en busca de una mejor vida. Ellos también piensan de esos individuos que están abarrotando sus ciudades, que les quitan sus casas y trabajos, que aprovechan sus ayudas sociales para vivir allí sin dar un palo al agua y, por estos y otros bulos más, desean que todos estos inmigrantes vuelvan a su país de origen. Así, de convertir una mentira en una falsa verdad, sin corroborar si lo que se está diciendo es cierto, es como se llega a que una gran parte de los británicos tengan este punto de vista discriminatorio ante los españoles residentes allí –peligroso raciocinio que ha empujado a respaldar una parte del sí al Brexit-. Algo de razón llevaría Miguel Unamuno al decir que “cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”.

Volviendo al atentado, en concreto a la manifestación del pasado sábado, me ha ayudado a entender al fin aquella pancarta del Camp Nou que decía “CATALONIA IS NOT SPAIN”. Ahora, casi celebro que eso sea así, pues me avergonzaría ser tan insensible como para aprovechar el foco mediático de medio mundo para dar rienda suelta a unas reivindicaciones que no tocaban en ese momento. Los partícipes en ese sarao independentista al igual que los dirigentes que lo permitieron y organizaron, han demostraron ser casi tan irrespetuosos e indiferentes ante las víctimas, afectados y familiares como los propios terroristas. Y por cierto, cuando hay 35 nacionalidades distintas entre fallecidos y heridos, no creo que usar la 88ª lengua más hablada del mundo sea lo más adecuado para hacer llegar un mensaje directo al mayor número de personas posibles, muchas de ellas deseosas por obtener algún anuncio esperanzador de un ser querido. Si no querían usar el español, al menos que hubieran elegido el inglés.

A pesar de lo anterior, mantengo la esperanza respecto a que estos sujetos no son la representación de la mayoría de catalanes y que dentro de unos años, cuando la fiebre independentista descienda –si es que la razón todavía puede frenarla-, volverá a ser esa tierra tan entrañable para los españoles como lo fue antaño. El ejemplo lo tenemos en casa con el País Vasco. Pues me he llevado una grata sorpresa de mi visita a Bilbao debido a la hospitalidad, amabilidad y sentido del humor de sus gentes, entre otras muchas cosas. Nada que ver con la equivocada imagen preconcebida que portaba a causa de sus antecedentes.


Al menos, tras recorrer varios miles de kilómetros alrededor de 7 comunidades autónomas y alguna que otra provincia más de nuestra querida España, estando un día atravesando el desierto de Tabernas y varios días después serpenteando por las verdes montañas del cantábrico y el País Vasco, puedo confirmar de primera mano dos cosas. La primera que tenemos una red de carreteras nacionales, autovías y autopistas que te permiten ir a cualquiera de los núcleos principales de nuestro país en un tiempo razonable y con toda la seguridad que la responsabilidad del conductor y la diosa fortuna pueden garantizar. Y en segundo lugar, que bajo la conocida por todos variedad cultural, geográfica y gastronómica de España se esconde en realidad que todos somos de todos lados como quedo claro al encontrarnos trabajando en una gasolinera cerca de Vitoria a una mujer cuyos padres procedían de Villanueva de Córdoba. Cada vez somos más ciudadanos de un país llamado mundo, por lo que las disputas por sobresaltar las pequeñas cosas que nos diferencia en lugar de aprovechar los lazos que nos unen carecen de sentido. 


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