Belén siempre

ANTONIO ÁNGEL MORENO MUÑOZ
(TREMP)


Cada año recordamos la misma escena. Vemos a José acompañando a su joven esposa: María, que está a punto de dar a luz. Llegan a Belén, cansados, después de muchos días de camino. Sesenta kilómetros de Nazaret a Belén, no se recorren fácilmente cuando una mujer está en cinta y le está llegando, de un momento a otro, el instante del alumbramiento.

Y al llegar a Belén, todas las puertas se cierran. ¿Quién acepta entre sus cuatro paredes a esta pareja joven y cansada, con un embarazo que está llegando al final? Ni siquiera en la posada-¡qué posada habría hace más de veinte siglos en Israel!-se les dejó un hueco donde reponerse antes de ir a las dependencias de los tributos romanos para el empadronamiento.

Y, a pesar de que han pasado más de dos mil años, el misterio de Belén se va repitiendo. Nosotros celebramos con júbilo esta venida de quien ha de redimirnos, y nos unimos at coro de los que celebran el hecho con cánticos, desde el cielo o adoran, asombrados, en la tierra.



Pero aquello que sucedió en el año cero de nuestra Era, sigue sucediendo ahora ya bien entrado en el siglo XXI. Y la llamada a los “hombres de buena voluntad” también resuena en nuestros oídos, por encima de los reclamos publicitarios y de las llamadas del consumo.

Quisiéramos que esta buena voluntad fuera eficaz, que nos sonara a llamamiento a hacer algo por este Jesús que nace de nuevo en los pobres, en los enfermos, en los que necesitan nuestra palabra de aliento, nuestra plegaria escondida, nuestro don por pequeño que sea.

Quisiéramos que el que da siempre una sonrisa, una oración, una moneda, que proclamaba un poeta italiano, fuera para nosotros un aldabonazo a la generosidad; y a la vista de este Niño que nace de nuevo en el mundo, y para el mundo, se trucaran nuestros corazones de piedra en corazones de carne, menos palabras y más hechos.


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