Municipales por el 'Mataero'

ARTURO LUNA BRICEÑO


A los ciclos de la falta de agua le siguen las crónicas del chaparrón. Porque como dice el refrán: No hay mal que dure cien años… ni cuerpo que lo resista. Y a grandes sequías le suceden grandes mojadas. Es una intermitencia bíblica semejante a las siete plagas de Egipto. Por eso cuando los periodos secos de nuestra tierra se convierten en pertinaces, existen dos remedios: Sacar a pasear por los campos al santo más aguador, (considero que para este menester tenemos a San Gregorio, aunque si el tiempo no está de agua mejor dejarlo quieto) o ponernos a rezar en fervor y forma taruga hasta que salgan municipales por el “Mataero”.

Este dicho de Pozoblanco ha quedado en el acervo popular como un ponderal pluviómetro. Cuando se usa es porque ha caído el agua a cantaros y lo utilizan por encima del segundo dicho en importancia de la medida de la lluvia: Ha llovido más que el día que enterraron a Bigotes. Que también debió de caer lo suyo.

No he podido averiguar quién fue este Bigotes. Tampoco si era del pueblo o forastero y me queda la duda si es un dicho nuestro y si en estos pagos se celebró el famoso entierro. Pero si he averiguado todo sobre el de los municipales que salían por el “Mataero”.



Como siempre ocurre en un pueblo tan ingenioso y guasón como el nuestro, tan dado al chascarrillo y la metáfora jocosa, no hace falta que los hechos hayan ocurrido de verdad. Sucede, con mucha frecuencia, que la suposición de que pasara, toma con el tiempo visos de realidad y esa ficción queda como cosa ocurrida.

Y algo así ha pasado con esto de los “municipales por el mataero”.



A finales del siglo XIX. León Herrero, uno de los mejores alcaldes que haya tenido Pozoblanco, porque el mejor fue Antonio Rodríguez, más conocido por “El tres cuartas”, que era de oficio herrador y en plena Guerra Civil le regaló a cada vecino de Pozoblanco un cochino recién venido de la montanera. Y le dio lo mismo que el beneficiado fuera de izquierdas o de derechas. Y desde entonces no ha habido regidor tan generoso en el pueblo. Pero volvamos a León Herrero que fue el que hizo el Ayuntamiento Viejo. Para ello echó al suelo el que se levantó en el siglo XVII y las Carnicerías Públicas que estaban a su espalda. Y sobre el solar resultante, levantó el caserón de granito coronado por el reloj, que tiene una campana que suena como una reja de arado y junto al dintel de la puerta un león de mármol con la boca abierta. Figura agresiva que sirve para medirle la boca a los tarugos y de ahí el dicho: “Tienes más boca que el león del Ayuntamiento”.



León Herrero, una vez levantada la hermosa Casa Consistorial, se dio cuenta que por el costado sur del edificio, corría, cuando podía, el afamado Arroyo de la Condesa, que no era otra cosa que un miserable regajo lleno de inmundicias y malos olores. Así que decidió enterrarlo. Y lo canalizó desde que el arroyo entraba en la Plaza de la ALhondiga hasta que se despedía del pueblo por el final de Cantarranas. Y por donde volvía a aflorar “el de la Condesa”, construyó el Matadero Municipal, para sustituir las Carnicerías pasadas a mayor gloria.

También cayó en la cuenta que por el Callejón del Toro, por la Calle de Jesús, de la Plaza y de la Calle Real venían afluentes que confluían en la puerta del Ayuntamiento y apenas caían cuatro gotas los munícipes tenían que acudir a los plenos en barca.



Para evitar las inundaciones construyó un sumidero de más de cuatro metros cuadrados por donde las aguas vaciaban al canalizado Arroyo de la Condesa. Y sobre el viejo cauce se construyó una casa en la que solían estar de guardia los municipales. Por eso cuando caía una de esas tormentas inmisericordes, los tarugos solían decir: “Hoy van a salir municipales por el mataero”.

Y los vecinos del Ayuntamiento, avisados del pantano que se formaba, ponían delante de sus puertas y encajadas en unas guías una gran chapa de hierro que hacía la labor de detente.



Todo fue bien hasta que ya entrada la década de 1980, un día del Corpus, cuando los vecinos de las calles por donde iba a pasar la procesión habían alfombrado el adoquinado con hierbas aromáticas, recién segadas, de las cañadas de la sierra. Se desató una tormenta de no te menees y la aguas desaforadas se llevaron los yerbajos a la zona de conflicto. Se quitaron las chapas del gran sumidero, y el tomillo, la mejorana, el poleo y el romero cayeron en tropel en el viejo canal del Arroyo de la Condesa, con tan mala fortuna que se apelotonaron, como si fuera una venganza, en la Calle de León Herrero. En vez de irse para el “mataero” la presión las hizo salir por el enrejado de las alcantarillas y se formó un pantanillo que se introdujo en la Biblioteca, mojando a la historia, a la filosofía y a los archivos que en ella había. Y ante tal osadía se prohibió alfombrar de hierbas las procesiones y se tomó la decisión de hacer un canal más grande y más seguro.

Hoy los municipales ya no temen al aventurado viaje, pero da lo mismo. Los viejos cuando vemos llover a manta acabamos diciendo: “Hoy van a salir municipales por el mataero”.




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