Preparándonos para la Semana Santa

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


El tiempo pasa y vuela, pero hay momentos que siempre quedan porque están fijos en nuestro calendario. Uno de ellos es la Semana Santa. La esperamos con sonrisas y el corazón abierto. Es volver y repetir el camino. Este año vendrá con el aire de marzo y la resurrección de abril. Es tiempo de reflexión y de rezos. La alegría, el darse al otro, la luz, la vida y también la esperanza de que seamos eternos pensando que hay vida más allá de esta.

La Semana Santa son también las cosas invisibles, esas cosas pequeñas, imperceptibles y personales. Es cerrar los ojos y encontrarte a ti mismo cuando pasa la imagen de tu Cristo o de tu Virgen y le susurras tus cosas. Es una madrugada hermosa en la que te llenas de recuerdos tuyos, de infancias perdidas y adolescencias compartidas. Es sentirte por dentro cuando nadie se da cuenta. Es la pasión de todos los que viven estos días en mayúsculas, esperando a Jesús por las calles de nuestros pueblos. Las procesiones llenaran las aceras, apretando el paisaje y aguardando el paso. Las imágenes saldrán y las acompañarán sus cofrades por las calles de la ciudad, convirtiendo a los pueblos y a las ciudades en un templo a cielo abierto.

La primavera, las flores y las promesas hacen que estos días sean más bellos. Madrugadas hermosas, tardes de luz, mañanas de preparativos y noches de devoción. Y luego está el rezo, el silencio de las miradas, los acordes de las bandas, la luz del cirio que nos guía, las gargantas rotas de los saeteros, el olor a incienso, los guantes, los nervios de la salida, el ser cofrade, el sudor del costalero con su paso corto, los niños asomados a los balcones, las vivencias de los adolescentes que se hacen y se sienten mayores, la primera vez que enlazan la madrugada del Jueves al Viernes Santo, el subir entre el gentío, el perfume de las flores, el tintineo de las campanas que anuncian la resurrección. Nuestra Semana Santa está llena de estampas interiores. Todas propias porque esto no es nadie. Es de cada uno. Es el diálogo entre uno y su fe. Silencio en el alma y gentío en las aceras.

Soy de los que pienso que lo peor que le puede pasar a un niño, a un adolescente o a un adulto es no creer en nada y no esperar nada. Cada primavera esperamos estas fechas para sentirnos por dentro, para resucitarnos también en nuestra vida (aunque solo sea una semana al año).

Es impresionante lo que mueve la Semana Santa. La gente joven responde. Cada día más. Los pueblos ha sido capaces de sustentar durante siglos algo tan bello y mantenerlo vivo. Esas imágenes como la de Jesús El Nazareno que llevan procesionando tantos y tantos años. A cuántos vio a su paso y a cuántos perdió. De un año para otro le iban faltando. El paso del tiempo es el enemigo más cruel del ser humano. A pesar de ello, esto tan grande se ha sostenido y mantenido, y sigue la llama viva a través de los siglos.

Está claro que no necesitamos túnica, ni estandartes, ni cirios pascuales, ni varas, ni el redoblar de los tambores, ni faroles procesionales, ni mantos, ni vestidos para vivir estos días. Pero todo ello nos acompaña haciéndonos más fácil estos días.

Todavía quedan unos días. Estamos en la trastienda de la Semana Santa, en la víspera, todavía tenemos la túnica colgada en la percha grande del armario. Pronto será planchada y la ilusión estará presente para vivir emociones, encuentros y recuerdos.

La vida es solo un momento grande lleno de buenos momentos pequeños.


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