Los premios AFEMVAP

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


A veces, suceden cosas. Algunas tan agradables como la de recibir un premio de AFEMVAP. No es el premio en sí lo que más agrada, sino la gente que lo da. El pasado jueves encontré un salón lleno de gente y de guerreros. Gente buena. Al llegar, un miembro de la Asociación me decía esto acerca de su enfermedad, “después de una herida, hay que volver a vivir”. Cuánta razón. Volver a vivir con ganas o sin ellas.

Lo del premio es una anécdota, porque los premios se conceden siempre a los que no lo merecen. Los grandes de esta sociedad son los que intentan superar una enfermedad, una crisis, un abandono, una pérdida, un desequilibrio emocional. Eso sí es una gesta. Levantarte cada mañana para superar esas cosas tan grandes y que parecen insuperables. Es cuando entran en juego asociaciones como AFEMVAP que tiene la tarea de combatir las cosas que duelen a los demás. Me refiero a esas que se sufren.

Decía la presidenta de la Asociación, “tendríamos que aprender a controlar emociones”. Ellos no solo controlan las emociones. Las recomponen. Una vida es una emoción. Y, a veces, esa vida se rompe en mil pedazos que son mil emociones rotas. AFEMVAP ha pegado esas emociones y, a la vez, esas vidas con su tratamiento basado, en gran parte, en el cariño. Ellos combaten soledades. ¿Hay algo más cruel que la soledad? ¿Hay algo más bonito que evitar esa soledad? La grandeza humana sigue siendo la gran medicina ante las adversidades. Si hubiera más grandeza humana, evitaríamos muchas más catástrofes. Cuando alguien sufre, no es una historia al otro lado. Es una historia nuestra también. 



Hemos creado una vida tan competitiva como insensible. No peleamos contra molinos de viento, peleamos contra nosotros mismos. No se trata de nada imaginario sino de algo muy real. Sabemos que hay verdades que solo son una mentira. Pero las seguimos. Nos toca vivir en este mundo en el que se confunde lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso. Cuando alguien ha pasado una crisis o está dentro de ella, sabe lo que es importante y lo que no lo es. AFEMVAP sabe de historias reales, de casos perdidos que no están perdidos, de cariños a base de abrazos, de paciencia e ilusión. El premio no lo tiene que dar AFEMVAP, lo tiene que recibir. A veces, estamos tan metidos en lo nuestro que olvidamos la labor que hacen estas asociaciones. No todas son iguales. Los fines son las que las distinguen y las hacen grandes.

El otro día me decía Pilar Madueño, representante de AFEMVAP, en una entrevista, “no me he planteado otra cosa que no sea vivir”. Y ahí está, haciéndolo. Lo suyo es un milagro. Es como ese pájaro que echa a volar cada día a pesar de la tormenta, el viento y una lluvia de granizos. La vida ha sido muy dura con ella. No obstante, ella ha sido fuerte. Lo seguirá siendo. Ojalá que le siga apareciendo ese ángel de la guarda que le permite renacer una y mil veces.

Agradezco el premio recibido como lo agradecerá Antonio Manuel Caballero, Francisco Moyano, el CAMF o Easy Sport. El verdadero premio fue ver allí ejemplos de vida, de superación, de sinceridad, de amor propio, de fe, de entrega, de humanidad, de compañerismo, de lucha, de corazón. Ese es el premio. 


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