La enfermedad del siglo XXI (II)

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


Los que nacimos a primeros de la década de los sesenta del pasado siglo vivimos una infancia de casas con las puertas abiertas. Entrábamos en las viviendas de nuestros vecinos con suma facilidad. Yo recuerdo especialmente la casa arriba de la mía, en la cual vivían varias familias. Era una casa grande, con habitaciones pequeñas y un pasillo central largo y ancho que comunicaba con los dos amplios patios que tenía.

Estas construcciones antiguas eran así porque se tenía muy en cuenta la presencia en ellas de los animales. Recuerdo perfectamente cómo pasaban los mulos y caballos que ayudaban en los trabajos y tareas agrícolas.

En mi casa había, como en muchas de aquella época, un pequeño zoológico, con dos cerdos, cinco perros, gallinero, perdigones, palomos, canarios, un par de gatos, etc. Además vivíamos 8 personas, en una casa que, como todas las de la calle y casi todas las del pueblo, siempre estaba abierta, para que cualquier vecino pudiera entrar para la necesidad que tuviera.

Nadie entonces, en esos años de nuestra infancia, podía imaginar que llegaría un tiempo como el actual, donde las puertas de las viviendas están cerradas y los vecinos apenas intercambiamos un “buenos días”, “adiós” y poco más. Todo este cambio de 180º nos ha llevado a la nueva enfermedad del presente siglo: la soledad.

En una ciudad de unos 100.000 habitantes de nuestra España, en un bloque de pisos destinados la mayoría de ellos al alquiler y donde en total viven unas 90 personas, entre ellas Manoli que vive en el 4C, acompañada de un pequeño grupo de vecinos, se presentaron en el puesto de la Guardia Civil para denunciar que hace casi 3 años no saben nada de Pepi, la inquilina del 2B. Existen claros e inquietantes indicios que han alertado a la vecindad, como la multitud de cartas que se han amontonado en la portería, entre los que figuran varios avisos de corte de electricidad y de agua, o la espesa capa de polvo que cubre su vehículo, aparcado próximo al portal, además del tiempo que llevan sin ver a Pepi.

Si hace años que no tienen noticias de ella, ¿por qué han tardado tanto para denunciarlo?, pregunta el agente.

Pues ya se sabe.... Un día por otro... ¿Y así hasta 3 años?, réplica el guardia asombrado. ¿Cuántos vecinos son en el bloque? Unos 90…. todos tenemos nuestros problemas, alega Manoli.

Es mucho más cómodo y fácil y acarrea menos complicaciones, no hacer caso al posible grito sordo de un vecino a una petición de auxilio que se perdió en la noche oscura del silencio colectivo.

Una vecina dijo “tal vez se haya ido sin decir nada, ¿y a quién se lo iba a decir?”

A las 12:30 horas la Guardia Civil accede al piso en la segunda planta, como decía anteriormente un edificio grande destinado el 95% al alquiler.

Claro, es que al no haber propietarios la gente permanece solo un tiempo, y así es difícil entablar una relación estable con ningún vecino. Del interior emana un olor a ambiente enrarecido. El guardia avanza hasta alcanzar un punto entre el pasillo y la cocina en el que descubren el enigma de la prolongada desaparición. Tendido en el suelo encuentran el cadáver de quien debe de ser Pepi, que posiblemente debido a las condiciones ambientales se ha mantenido mediante un proceso natural de momificación que ha desecado su cuerpo por la evaporación del agua de los tejidos. Por ello no se ha producido el característico olor que habría alarmado de inmediato a los vecinos. Pepi tenía todos sus pagos domiciliados en una cartilla bancaria, y unos y otros de los pagos se fueron cobrando, hasta que el dinero se terminó.

El guardia y su compañero, ratifica que puede llevar muerta cerca de tres años.

Un vecino a modo de justificación dice que no se la veía desde poco después de fallecer su madre, hace más de dos años y medio. Sólo se relacionaba con ella.

La expresión de la fallecida exteriorizaba tranquilidad, si es que se puede considerar que alguien esté tranquilo muriendo a solas en el suelo. El guardia se dirige al reducido grupo y les pide que alguno de ellos se acerque de nuevo al cuerpo de guardia del cuartel.

De los allí presentes, unos se echaban las manos a la cabeza, varios se retiran a sus casas para no enterarse de más. Ya tienen suficiente.

Así que un día por otro, eh…., les suelta el agente mirándoles a todos. Y se marcha consternado, dejando paso a los sanitarios a la espera de la llegada del Juez para el levantamiento del cadáver.

Son las 22:30 horas. Su madre…. la explicación de lo ocurrido está en su madre. Eso piensa Manoli por la noche sentada en el sillón.

Su marido, con quien apenas ha cruzado dos palabras desde que subieron del piso de Pepi, se ha acostado hace un rato.

Por otro lado el guardia civil comenta con su mujer el suceso del día. Lo que puede dar de sí la condición humana en su afán de protegerse ante lo que duda de si puede ser una amenaza.

Siguen dándole vueltas a la idea de que 90 personas hayan podido vivir nada menos que durante tres años ajenos a un drama íntimo que ha desembocado en una muerte en la más profunda soledad. Una mujer olvidada del mundo, de todo y de todos.

Hoy, desgraciadamente, nuestras puertas están cerradas, más bien blindadas como cámaras acorazadas, donde con las nuevas tecnologías estamos sabiendo en tiempo real lo que ocurre en la otra parte del mundo, pero no sabemos qué necesidad tiene nuestro vecino de la puerta de enfrente.


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