Las cruces de Mayo

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Decía una amiga mía que cuando entraba a las casas de Añora para ver una cruz es “como una meditación”. Así es. Es como pasar por el túnel del tiempo y contemplar la belleza. Esa serenidad que da mirar una cruz es algo que nos conmueve. Son arte, creación, escultura, obra, literatura, miradas, imaginación, sensibilidad, ilusión, pureza, inspiración, verdad. Para hacerlas hay que tener mucho talento y muy puro. En ellas habitan genios escondidos, duendes que asoman, juegos de imágenes, juegos de luces, un gusto natural y mucha magia.

Es un arte que brota del sentimiento que le ponen las mujeres noriegas. Un ejercicio de entrega absoluta. Puede que el mundo actual viva en la virtualidad de cada segundo con las nuevas tecnologías y la globalidad cultural del momento. No obstante, contemplar estas maravillas es como detenerse ante un cuadro, una escultura o una obra magna. Es un culto a la tradición, al sentido de lo real, de lo humano, de lo sencillo. El mejor homenaje a esas mujeres creadoras de sueños y cruces es seguir sintiendo y realizando esta tradición. Las mujeres cruceras son mujeres especiales, tremendamente sensibles y comprometidas. 



En las cruces fluyen las miradas, los silencios, los recuerdos, la pasión, la delicadeza, la armonía. Añora es en estos días un punto de reunión de turistas, curiosos, artistas. Es el centro del ocio y de la cultura este fin de semana. Unos vienen a ver y sentir las cruces y otros buscan la fiesta que se origina alrededor de ellas. Como decía una veterana crucera, “no le echamos cuentas a las horas que le ponemos a la Cruz”. Ellas llevan diciendo toda la vida que un día no habrá manos que continúen esta tarea. Sin embargo, el arte sigue presente. No son un triste espejo del pasado sino joyas creativas. Cada año nos sorprenden más. Es cierto que las que llevan la manija son las más viejas del lugar por su experiencia pero también las más jóvenes siguen la tradición. Ya tendrán tiempo de tomar los mandos cuando sean ellas las viejas del lugar.

Son las huellas necesarias por las que se debe caminar para dejar memoria sin fecha de caducidad. 


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