¿Qué hay de nuestra mente?

PAULA RANCHAL GARCÍA
(Estudiante 1º Bachillerato - novataentrehojas.es


Sabemos que los estudios acerca del cerebro humano son escasos en proporción con el total de información de su totalidad, pero, metiéndonos en el ámbito más filosófico, ¿sabemos lo que tenemos dentro, o, siendo más explícitos, en lo que pensamos o en cómo lo hacemos?

Cada día me cruzo a más personas que viven en un estado latente de confusión, de continuo desengaño, como si empezaran a darse cuenta tarde de algo que les ha perseguido durante toda su vida. Es curioso que cada una de esas personas vea de manera, en ocasiones, paradójica, situaciones muy similares de la realidad, a la cuales responden muy diferente. Bajo una simple abstracción, he llegado a una conclusión sencilla: cada persona es un mundo.

Hago referencia ahora a una parte básica de la filosofía de Freud (siglo XX), en la que se afirma que estamos conformados por tres instancias: un ‘ello’ asemejado con los impulsos y deseos irrefrenables del ser humano, como sería cualquier envite procaz en un momento inoportuno; un ‘superyó’ que permite controlar dichos impulsos y el cual está constituido por toda la influencia externa que asienta la personalidad que queremos aclamar hoy día como única de cada uno; y por último, por un ‘yo’ que es, en definitiva, el que toma las decisiones que el ‘superyó’ ha sopesado.

Con esto, llega a la cruda conclusión de que no estamos hecho más que de una construcción social, y por ende, no podemos controlar quienes somos y, como es evidente, tampoco de donde venimos. ¿Esto quita valía a nuestra presencia en el mundo?

Volveré a hacer alusión a otro filósofo creador de la teoría existencialista, Jean Paul Sartre, la cual alegaba que la existencia precede a la esencia, es decir, contradictoriamente a Freud, que nacemos completamente en un estado neutro y con el paso del tiempo nos vamos conformando, y que debido a la situación actual, en la que la libertad de expresión se encuentra en auge mirando la comparativa con siglos anteriores, estamos (según sus palabras literales) “condenados a ser libres”, contrastando el duro escenario penal con la muy ansiada libertad a lo largo de todos los tiempos. Aquí coincide con Freud ya que, de alguna manera, deja claro que esa misma existencia es cómplice inmediata de la sociedad en la que se vive y que, en gran parte, es la que más le afecta.

Entonces, volvemos a lo mismo, ¿quiénes somos? ¿Qué hay dentro de nosotros si no la propia sociedad? La sociedad encierra en sí misma una cultura que nos empapa pero el planteamiento sobre los valores de ésta no se analizan con la misma intensidad. ¿Una cultura que nos enseña a diferir condiciones cuando hablamos de género? ¿Que nos hace tener en consideración la orientación sexual? ¿Que se abre al progresismo? ¿Que nos enseña el analfabetismo?

Asumimos que estamos hechos de sociedad. Sociedad, conjunto de mentes. Resulta insólito pensar que la disputa se abrevie si hay menos diversidad de ellas. La sociedad no sólo nos agrupa para la convivencia, como también decía Freud, sino que nos convierte en dependientes de un sistema que busca la igualdad psicológica, el borreguismo, la falta de autonomía.

Aprovecha el gregarismo humano para manipularnos, y todo esto lo defiende la sociedad en sí misma. Sociedad que ha necesitado aferrarse a la seguridad de lo fácil causa de la peligrosidad de la libertad, sociedad que requiere de normas inalterables, sociedad que reniega de todo relativismo que no sea para su propio bien. No somos una sociedad autárquica, sino construida por la fuerza de la crueldad frente a una felicidad posible que cada día se considera más como utopía.

Somos eso. Un “trozo de carne” deformado por otros que nunca quisieron pensar en el bien común, lo que quiere decir, y esta sí que es mi flexible opinión, que no somos nadie en realidad. ν

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