¡Se escribe WhatsApp!... ¡Aquello era una polluela!

JUAN BAUTISTA ESCRIBANO CABRERA



Hubo tiempos –ayer mañana- en que la gente en su mayoría acudía a la iglesia y se confesaba con cierta regularidad. En ese marco encajaba y se entendía a las mil maravillas este cuentecillo que, vaya usted a saber por qué, me viene a la memoria con demasiada frecuencia en este exceso de “momentos históricos” en los que ustedes y yo solemos aparecer como figurantes.

Tengo mis dudas acerca de si el lector más postmoderno y sofisticado llegará siquiera a interesarse por la cuestión, expuesta desde la simpleza de aquel mundo rural, cateto y campechanote que inventaba fabulillas para ilustrar y para que resultaran ejemplarizantes a los niños y jóvenes de entonces. Pido perdón y clemencia, de antemano, si no hallo la necesaria sintonía con el respetable.
Sea como fuere, cuentan que un joven acudió a confesar y…

– Me acuso padre de que, con un amigo, en una noche de juerga, robamos un gallo y nos lo comimos.
Apenas hubo enunciado el pecado, el cura comenzó a reprender al mozo, haciéndole los cargos (hoy diríamos pidiéndole que empatizara con el dueño del ave de corral) acerca de la situación en que quedaba aquel hombre que, además de su hermoso gallo, había perdido el tiempo y el dinero para criarlo, por no hablar del buen guiso del que había sido privado. Continuó asegurándole que se empieza por un gallo, pero nunca se sabe hasta dónde va a ser uno capaz de llegar. Los vicios una vez desatados…

Pese al arrepentimiento de sus culpas, desesperado por compartir la pesada carga que le estaban echando encima, cuando aquel joven escuchó:
-… y a tu amigo les dices…
No pudo callar por más tiempo y exclamó:
- Padre, el amigo era usted. ¿No se acuerda?
Después de pensarlo un momento, el confesor repuso indulgente:
- Pero, hombre, ¿de qué gallo hablas? Aquello… ¡Aquello era una polluela!

Perdone el paciente lector que, una vez más, le venga con mis naderías cuando, tal vez, debiese abordar temas profundos y candentes cual la trama (nos aseguran que antediluviana) Gurtel. O la adquisición de “Chaleses” en barrios pijos. O esos ERES el nuevo señorito andaluz. O las titulaciones que (como mister Proper) dan brillo, aunque sean de mentirijilla. O esta-tierra-es-pa-mí-solo-independiente-de-todos-y-aquí-se-hace-lo-que-yo-digo-porque-lo-digo-yo. O, o, o, ¡Oooooooh! Lo haría pero, para eso, ya tienen ustedes los telediarios en la versión (incluyo redes sociales) que prefieran.

Yo a lo mío y, mientras, el lenguaje evolucionando de forma permanente: No hace tanto, por poner un ejemplo, alguien que se asustaba mucho era un cagón, si no sabía leer se le llamaba analfabeto y si robaba ladrón. Y no tenía que ser necesariamente con ánimo de ofender. Era –decían-: “Llamar a las cosas por su nombre”. Hoy nada es tan sencillo y lo más peligroso de esta imparable evolución en el fablar es que hemos llegado a un extremo en que, con ella, lo mismo se ampara a quién intenta disuadirnos o ilustrarnos con la mejor intención, que al más hipócrita y mentiroso de los mortales.

Bienvenidos a ¡Se escribe WhatsApp! Muchas gracias por acompañarme hasta aquí. No es necesario añadir jejeje ni marcar emoticono alguno. Espero que nos sigamos encontrando en alguna de las plazas de nuestra comarca y prestemos mucha atención porque en estos tiempos (de expresiones políticamente correctas, de interpretaciones poliédricas, de significaciones –siempre- polisémicas y de construcción de relatos –así lo llaman- no ya fantásticos sino inverosímiles) nada es lo que puede parecer a primera vista.

Uno mortificándose por lo que considera asuntos de trascendencia y calado y resulta que -los que nominan de verdad, antes y ahora- a eso le llaman polluela. 



No hay comentarios :

Publicar un comentario