Hablar por no callar

JUAN PEDRO DUEÑAS SANTOFIMIA


Hablar por no callar resulta ser una sana actividad pero pensando antes de hacerlo, con recto sentido, el uso y destino de las palabras intentado que se aproximen, lo mas, a la razón como destino de lo cierto o verdadero. Es tan sana actividad que cuando la razón se nubla por culpa de la incertidumbre, se suele aconsejar por la psicología el ejercicio de la escritura como terapia de rehabilitación de la razón perdida. Fuere por esta única razón, la que a mí me incite a hacerlo, que no es tal. Existen otras mas poderosas y acertadas a alguna de las cauales haré mención como excusa.

Cada vez me resulta mas dificil escribir quizás por ir tomando conciencia del pudor que me infude hacerlo, pero es una nesidad vital.

Necesito mi mesa de estudio cerca de mí, a la vista, con libros abiertos y hojas desordenadas con infinidad de apuntes que luego me resulta dificil encuadrar, por la anarquía que preside mi avidez de conocimiento .

Busco en la lectura de cualquiera de esos libros de manos abiertas que me acogen invitándome a entrar en sus almas, el tema de entidad suficente que me incite a pensar y exponerlo en la esperanza de ser acogido con comprensión por aquellas personas que se hagan visibles desde la homogeneidad de sus pensamientos.

Creo que la mayoría de los escritores no jutifican su actividad en el colmo de su vanidad o curiosidad como alimento de sabiduría, sino también, y en gran parte, la necesidad de transgredir el pensamiento mayoritario y quizás y sobre todo la sastisfacción de su propio ego como necesidad vital de eternizarse en el recuerdo. Esa necesidad de seguir viviendo mas allá de la propia vida.

Sea como fuere, y nadie puede ni ha podido al día de hoy dar razones suficientes para comprender los motivos de esa necesidad de subsistir eternamente, a no ser que por creernos parte del alma divina pretendamos erigirnos en dioses para conseguir la eternidad desde el constante presente. Algo así prentendió Oscal Wilde en su novela “El Retrato de Dorian Gray”, pero la parte espiritual del ser, esa parte inmortal y testigo cruel del actduar humano, puede con la vanidad que representa el pretender la inmortalidad.

Debemos entender que el ser humano obra bien cuando se comporta en orden a la razón, pudiendo afirmar que lo recto es lo correcto.

Me viene a la memoria, como hilo coductor de la razón que pretendo argumentar para construir este monólogo incoherente y disperso, los versos de Lope Félix de Vega y Carpio:

“Un soneto me manda hacer Vilante, 

que en mi vida me he visto en tal aprieto..... 


en que, desde una aparente y sosegada actitud de profundo pensamiento ingenioso construye una obra literaria partiendo de la propia esencia, con elementos accesorios de técnica que resultan determinantes en la construcción de la propia obra sin mas que un buen uso y recto sentido de la razón.

Se puede llegar a construir una verdad dando vida a lo que resultare en principio tan insignificante que ni tan siquira exigiera nuestra atención.

Ramón J Sender en su magnífico ensayo “Luz zodiacal en el parque” resulta una clara muestra de esa tesis argumental en que, utilizando como elemento de aparente insignificancia ( por lo que de instranscendental resulta en la vida cotidiana) la agonia de un gorrión herido, al que observa desde la proximidad del banco en que se encuentra sentado, reflexiona acerca de la existenia de Dios como fin universal de la armonia de la naturaleza, mostrando en agonizante animal la luz de la conciencia de esos otros seres, animados e inanimados, insensible, sensibles, sencillos o complejos que se integran en un todo minúsculo y que les permite apreciar la grandiosidad implacable de la coexistencia de los seres en la naturaleza como un todo. (Al menos así lo entendí en su día, cuando tuve la suerte de leerlo, o fué la lección que me dejó).

Y, como decía el fénix de los ingenios y monstruo de la naturaleza:

“Ya estoy en el segundo y aún sospecho 

que voy los trece versos acabando 
contad sin son catorce, y ya está hecho” 


Y añado: A lo hecho pecho, y que la propia acción o propósito, sean mejores que las anteriores, pues a fin de cuentas se trata de hablar por no callar.


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