Vivir despacio

ANTONIO A. MORENO
POZOBLANCO


Cuando nos atrevemos a experimentar lo que es vivir al ralentí descubrimos todo lo que la prisa nos roba. Luces, detalles, gestos, personas. Detrás de cada cosa hay otra, una capa más profunda del mundo, sólo accesible para los que se conceden la lentitud. Los minutos se dilatan y lo pequeño se hace grande. Nos volvemos más pacientes y entonces, también más amables y más generosos.

Es lo que nos han enseñado las vacaciones y no deberíamos dejar de recordar: todo se puede hacer más despacio, al margen de la eficacia, y resulta tanto más gozoso. Recuperamos tiempo para lo aparentemente nimio y banal, y también para los demás. Disfrutamos del verdadero lujo de estar disponibles, de poder responder espontáneamente a lo que se presenta y dedicarle el tiempo que haga falta, el que sintamos necesario o placentero. Sin esa opresión de los plazos que vencen, algo en nuestro interior se ajusta, se templa.

Los paseantes de antaño sabían discurrir con el tiempo y encontrar en ello el sosiego para el libre pensamiento. ¿Por qué, si no por un estrecho vínculo entre la lentitud y la memoria, cuando queremos recordar algo aflojamos el paso mecánicamente? La acción, pero sobre todo, la aceleración, nos niega la posibilidad de ahondar en lo que pensamos y sentimos, impide que la experiencia se asiente y se acomode en nuestro interior para desplegar todo su valor y sentido.

Un buen puñado de cosas importantes requieren dedicación y mimo, y no siempre sabemos dárselos. Todo un movimiento mundial se lo plantea: no sólo es posible sino incluso deseable comer, amar o educar más despacio.

Si es verdad que ya no es el grande quien se come al chico, sino el rápido el que atrapa al lento, consideremos la opción de decidir no participar en la carrera y de liberarnos del yugo de la urgencia permanente, que a la postre acaba resultando insostenible.

La llegada del otoño marca en la naturaleza la entrada a un tiempo de acopio de fuerzas. Podemos acercamos a ella y escuchar y escuchar su lado, entender su ritmo y respetarlo, porque es el nuestro. 


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