Memoria de Miguel

FRANCISCO JAVIER DOMÍNGUEZ


Ocurre cuando pasas de los 40 que empiezas a asumir el riesgo de conocer a hombres a los que viste corretear de niños. Es la vida. Te das cuenta de la edad que vas alcanzando cuando, de pronto, aquel pequeño moreno y menudo que jugaba en la delantera del chalet de Fernando o en la acera de los impares de la calle Añora, te habla de tú a tú, te iguala en estatura. A Miguel lo conocí casi de bebé y un día me lo encontré de montería hecho un cazador de categoría. ¿Cómo es posible? Si hace nada, cuando iba de aguardo con su padre en aquellos largos veranos de mi última adolescencia, él se quedaba atrás pidiendo subir al coche. Luego cada uno sigue su camino y pierdes el contacto, pero el niño sigue creciendo y te sorprendes de lo pronto que pasa todo. 



Escribo con las botas puestas sólo cinco horas después de que Miguel Ruiz Serrano nos haya dejado. Hoy domingo 14 de octubre estábamos citados para ir de caza con él. Antes del amanecer, diluviaba en Córdoba. A la misma hora en la que me ha sonado el despertador, el coche en el que viajaba Miguel se salía de la carretera y él se dejaba la vida el día en que la Virgen de Luna retorna a la Jara, muy cerca de donde ha ocurrido el fatal accidente. Y mientras subíamos Cerro Muriano, sin saber nada aún de la tragedia, Inma me ha preguntado si se suspendería la montería del Sortijón del Cuzna, hacía la que nos dirigíamos. Por agua no se suspende, si acaso por niebla, le he dicho. Pero mi respuesta no ha sido precisa. Porque una montería también se suspende –Severo es un señor-, o se debe suspender, por una tragedia, como desgraciadamente hemos constatado llegando a Pozoblanco, cuando he recibido la llamada de mi amigo Francisco Cantero para avisarme de lo ocurrido. Nunca la carretera de Iryda se me ha hecho tan estrecha. Las vitales palabras de Miguel en el vídeo de la Feria 2017 que sirvió para ilustrar el pregón de mi padre, su imagen correteando con un bañador rojo entre las encinas con apenas tres o cuatro años, su preocupación en la montería de Charquitos de hace unos años porque su padre, veterinario, y él no llevaban precintos suficientes para cubrir el gran resultado del día de caza, su inmensa alegría al convertirse en el afortunado cazador que abatió uno de los mejores jabalíes que he visto en mi vida… todo me ha venido a la mente como un rosario de recuerdos que aún hoy me asaltan tan frescos que parece que los estoy sintiendo con la máxima nitidez.



Es lo que tiene la memoria. Quizá uno de los consuelos más eficaces que quedan tras un golpe tan feroz. Imagino a su padre, conozco pocas relacionales paterno filiales tan intensas como la que tenían Miguel y Miguel; a su madre, a su hermana, a su familia, a sus amigos… buscando una explicación entre el mar de recuerdos que tendrán que ordenar para digerir esta desaparición tan repentina, tan injusta. Porque Miguel nos deja en lo mejor, pero su marcha nos advierte de cuan frágil es nuestra condición humana, y deposita sobre nuestras memorias un recuerdo tan vital como su juventud, como su pasión por todo lo que hacía. Es normal con 23 años querer atrapar la vida con fuerza, como hacía Miguel, y volver de fiesta para ir de montería y jugar al fútbol casi sin dormir, y querer andar todo el día instalado en el acúmulo de experiencias.



El día está abriendo después de la borrasca. Es un domingo más en Córdoba, pero en la Sierra, en tu Sierra, Miguel, ha entrado el otoño, que es tu tiempo, porque todos los cazadores, con más o menos edad, somos gente otoñal, apegada a la tradición y al cambio de temporada. Y sabemos que el ciclo de la vida va y viene porque lo conocemos. Y al estío seco sigue siempre la lluvia. Y la hierba sucede al pasto. Y en ese ciclo ya has entrado tú. Sólo te pido que cada día que te recordemos, renazcas con fuerza en nuestras memorias y nos arranques una sonrisa. Y a tus padres, a tu hermana y a todos tus familiares y amigos, que la vida les dé fuerzas para que tu imagen siga siendo tan nítida que parezca que nunca te has ido, que sigues ahí, ajustando el visor para ver a través de él cómo te quisieron, cómo te quieren.














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