El lugar más lejano del mundo

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Cuando éramos niños nos preguntábamos dónde estaría el último lugar del mundo. Cuál sería el último rincón y cómo sería. Queríamos llegar a él pero no sabíamos por dónde se iba. Posiblemente por algún camino de tierra perdido que no conocíamos. Si estábamos en el campo o en una era, fantaseábamos con lugares secretos pues todo era tan espacioso que se escapaba a nuestros ojos infantiles. Una inmensidad.

Locuras de unos chavales que creían que todo era muy grande.A medida que íbamos creciendo el mundo se iba haciendo más pequeño. Esos campos inmensos de nuestra niñez tenían su final en una alambrada o en un arroyo. Porque a medida que vamos atesorando desengaños te vas dando cuenta que el mundo no es tan grande. A veces me pregunto si estará aquí el último lugar del mundo con el que fantaseábamos de niños. Los viajeros pasaron para no quedarse nunca. Los padres vieron como sus hijos partían para no volver casi nunca (por suerte por Navidades). 



Nunca nos tienen como los primeros de nada.Nuestros pueblos cada día están más silenciosos. Nos hemos vuelto invisibles ante las instituciones, callados ante lo que pasa y cada vez menos luchadores por lo nuestro. Hemos echado la llave a los comercios tradicionales de antes, hemos abandonado las casas del centro (dejando que se caigan) y nos hemos resignado a un hospital sin médicos, a la despoblación y a un paro insostenible.

Decía Martínez Pisón, no sé si se refería a nuestros pueblos, “ese viejo mundo que está desapareciendo ante nuestros ojos sin que en su lugar surja ningún mundo nuevo para remplazarlo”. Vamos desbocados a la nada sin hacer nada.

A veces me dicen que siga escribiendo para que tomemos conciencia del problema. Siempre contestó que para qué si ya no nos hacemos caso. Contaba Sabina en sus conciertos que en un encuentro que tuvo con García Márquez este le contestaba “Hace tiempo que no me hago caso”. Eso nos pasa que ni nos hacen ni nos hacemos. A pesar de ello, a mí me pasa como a ti que sueño, como cuando era niño, con ese último lugar del mundo pensando que el nuestro es el primero. Que aquí empieza todo. Me lo parece cuando miro esos olivos centenarios, esa dehesa salvaje de encinas con bellotas dulces y esa gente emprendedora. Un lugar maravilloso olvidado por algún motivo.

Volviendo al principio no he contado lo que mi amigo decía cuando fantaseábamos con encontrar el lugar más perdido del mundo. Él aseguraba que no se moriría sin conocerlo y, paradójicamente, puede que muera en él sin saber que éste es el lugar. Luchemos por nuestra tierra. 


No hay comentarios :

Publicar un comentario