Soledad, no es criatura primorosa

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


El pasado sábado salió en este semanario un artículo que escribía nuestra colaboradora y buena escritora y poetisa, Ana Castro Valero. Lo hacía después de varios meses sin hacerlo, debido principalmente a sus problemas de salud.

Yo, como editor, agradezco a todas las personas que colaboran como articulistas porque en la diversidad y libertad con que lo hacen está la verdadera esencia del periodismo.

Pero quiero centrarme en esta ocasión, como lo hacía en el inicio de este escrito, en la joven Ana, que tiene que convivir con el dolor en el que en muchos momentos nos encierra el sufrimiento de la enfermedad, tanto física como mentalmente. Esos nudos de dolor interior que llegan a atraparte como persona.

Esa sensibilidad y clarividencia a la hora de expresarse, me llevan a reflexionar y analizar el gran paralelismo que nos une a todas aquellas personas que tenemos que vivir con la enfermedad. Y por mucho arropo que tengamos de la familia y amigos íntimos, siempre quedan los momentos más duros de completa soledad.

Después de tres meses sin escribir, el artículo de Ana me dio una doble alegría. La primera el saber que al hacerlo su salud le había dado una pequeña tregua. Y la segunda, porque su forma de escribir me imanta de una forma especial.

En nuestra sociedad hay un punto que cada vez está más presente en nuestros hábitos de vida y dentro de la velocidad que llevamos, como reflejaba en varios artículos de hace medio año, pues cada vez por desgracia se dan más casos de soledad.

Tanto es así que Theresa May ha creado el Ministerio de la Soledad en el Reino Unido. Y esto me ha hecho reafirmarme tanto en lo que escribí con anterioridad como lo que expongo ahora.

Según el estudio que han hecho en el país anglosajón, la soledad afecta allí a casi nueve millones de personas (el 13,7 % de la población total). Aunque este fenómeno no distingue edades los más afectados son las personas mayores, pues se estima que uno de cada dos ancianos de 75 o más años vive solo, lo que equivale a dos millones de personas. Sin recibir más visitas que la del médico o la de la exigua ayuda social. Viven con el ruido de la BBC de fondo, la tetera silbando sin que nadie la apague, y la serie de Channel 4 en la pantalla como ventana al mundo. Más triste imposible.

La soledad no es cosa del Estado. No entiendo muy bien que este gobierno o cualquier otro se inmiscuya en el tema. Los políticos deben de procurar el sustento a los mayores, una pensión digna, una sanidad de calidad y una asistencia que solucione los desafíos de la dependencia que para eso nos pasamos la vida cotizando peseta a peseta, euro a euro o libra a libra.

Si la vida nos depara la soltería, la soledad o la viudedad, que por favor nos dejen en paz. Nada de llenar estadísticas ni de ponerse medallas a base de maquillaje para abuelitos. Y si quieren ayudar a quienes se enclaustran, que inviertan en actividades que les inviten a salir de casa por puro placer. Porque los mayores pueden hacer amigos, dar amor y ayudar a los más jóvenes.

Lo que nos pasará en nuestra próxima pantalla de la vida es un misterio del tiempo que nos exige estar bien preparados. Los que tenemos hijos debemos anticipar que no nos asistirán. Con mucha suerte, nos visitarán de higos a brevas. Los que estamos en pareja veremos si nuestro reloj biológico coincide y si los terremotos sentimentales anticipan vientos de cambio y soltería.

Los que gozan de salud apreciarán un lento declinar: que si la próstata, que si las cataratas, que si la demencia, que si el reuma, que si el cansancio, etc.

Pero bueno, tomaremos una, dos, cuatro o nueve pastillas y seguiremos sumando años. Con permiso o sin permiso de los políticos.

Esta es la realidad y las expectativas futuras de una visión que no se reduce al prisma corto de nuestra nación, sino que abarca a un continente, Europa, el viejo continente, tan viejo como una persona de noventa y tantos años que se aferra rodeado de tecnología a no morir en completa soledad.


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