¡Se escribe WhatsApp! ... Hombres con piel de lobo

JUAN BAUTISTA ESCRIBANO CABRERA


En diferentes situaciones, habremos escuchado aquello de lobos con piel de cordero. La cultura popular se sirve de la expresiva imagen del depredador amparado por la piel de su víctima y plantea una metáfora tan rotunda como el mensaje que desea transmitir. En las fábulas, los protagonistas son los animales, los destinatarios los seres humanos. Hombres y mujeres que (debajo de una apariencia bondadosa) esconden a un ser malvado. Por desgracia, la expresión suele venir emparejada con una visión del mundo excesivamente maniquea y, por lo general, conduce a una simplificación de las personas, que responde muy poco a la realidad.

Pero yo no quería referirme a lobos con piel de cordero, si se relee el título, he escrito: Hombres con piel de lobo. Ni pretendo plantear juegos de palabras que le den la vuelta al original. Ni mucho menos, adentrarme en los misterios de noches de luna llena y licantropía.

Si se preguntan si existen los hombres con piel de lobo les diré que sí. O que, al menos, existieron hasta hace no muchos años. Al contrario que los de la piel de cordero, no trataban de esconder nada. Se mostraban a plena luz del día, dejando ver su condición humana y la piel del carnicero sobre la suya. Su apariencia era mísera, lo que la mayoría de las veces no resultaba casual (cuestión de marketing, aunque ni se conociera el término) sino buscada, deliberadamente, para conseguir el fin pretendido.

En épocas no tan lejanas, en las que los lobos diezmaban los rebaños de ovejas, algunos hombres -que no tenían mejor ocupación y contaban con la desesperación y el arrojo necesarios- se entregaban a la difícil y peligrosa tarea de dar caza y eliminar a tan dañinas fieras. Cuando conseguían su propósito y luego de desollarlas, cargaban con la piel y pasaban por caseríos y pueblos exhibiendo el trofeo y pidiendo, especialmente a los pastores, una gratificación por el favor que les hacían, matando a tan feroz bestia. Se trataba de caza-recompensas, semejantes a esos tipos duros que cruzaban por las películas del oeste americano. Lo imposible era probar que el portador de la piel y quién acabó con la vida del lobo fuesen la misma persona.

Cuentan que una mañana, uno de aquellos individuos llegó a una pequeña aldea (ignoro si de nuestros Pedroches de nuestra alma) con la piel de un lobo al hombro, bien a la vista y la mano dispuesta para cobrar por su exhibición. Comenzaban a aparecer los primeros curiosos, cuando un niño en medio de la calle se arrancó a gritar con todas sus fuerzas: ¡Un lobo! ¡Un lobo! ¡Un lobo!...
Sin dudarlo, los vecinos -como conejos- buscaron amparo en sus casas y el hombre con piel de lobo, desprendiéndose de la que no era la suya, corrió despavorido y nunca más volvieron a verlo por allí ni a saber de él. El pequeño quedó solo en la calle y cuando el primero de los vecinos abandonó su madriguera y se acercó a él preguntándole: “¿Dónde está el lobo?”, el chiquillo lo miró con cara de no entender nada, señalando la piel que había quedado tirada en el suelo.

Bienvenidos a ¡Se escribe WhatsApp! Muchas gracias por acompañarme hasta aquí. No es necesario añadir jejeje ni marcar emoticono alguno. Espero que nos sigamos encontrando en alguna de las plazas de nuestra comarca y ¡Atención! Llegan tiempos de elecciones y aún hay quien considera que somos unos pobres aldeanos que nos hacemos un lío con el lobo con piel de cordero; el hombre con piel de lobo; el cordero que se pone en la piel del hombre; el lobo Denís que se convierte en hombre en París; el hombre al que le gusta el cordero; el cordero que no se fía de los lobos ni de los hombres; el hombre que es un lobo para el hombre;… y, sobre todo, que nuestra seña de identidad es el silencio de los corderos.

Observo que la historia correlaciona con el dicho: “El hábito (perfil de Facebook, títulos de másteres, identidad en los chats de internet, currículum,…) no hace al monje”. Y, aunque de momento, no encuentro analogías ni paralelismo alguno, voy a releerme el cuentecillo de El pastor mentiroso. No tengo manera de saber si dice la verdad, miente o solo se trata de una visión pueril de lo que acontece, pero, desde que empecé a darle forma a este ¡Se escribe…, no puedo sacarme de la cabeza su grito desesperado: ¡Que viene el lobooooo! 


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