Convento de San Francisco de Belalcázar. Patrimonio ignorado

JUAN ANDRÉS MOLINERO MERCHÁN
(Doctor por la Universidad de Salamanca)


LA SIMPLE REFERENCIA AL PATRIMONIO CULTURAL de Los Pedroches, y su estado de ignominia en algunos extremos, causa tristeza. Es en ocasiones tan desmedida la desidia que no se entienden muy bien las motivaciones. Sobre todo porque el patrimonio constituye un bien social y cultural que es necesario preservar, atendiendo simplemente al criterio común de ser parte de nuestra esencia. Es nuestra historia.

Como es bien sabido, el cenobio medieval de San Francisco nace a finales del s. XV bajo el auspicio de los condes de Belalcázar y de la orden franciscana que lo sustenta espiritualmente. Su fundación es postrera al convento de Santa Clara, que se funda y erige al tenor del descanso de Dª. Elvira (Señora de Belalcázar) y sus hijas, orientándose primeramente para frailes que prontamente son desplazados a la nueva edificación que nos ocupa. No se trata de un desaliño (el cambio) incongruente de la impulsora, más bien una senda habitual en el comportamiento de la nobleza (fundar primero un convento masculino y reconvertirlo). Ambas instituciones (San Francisco y Santa Clara) acaban siendo cenobios y mausoleos de la Casa nobiliaria de los Sotomayor. Bajo esos presupuestos definidos se entiende fácilmente sus altivos valores materiales (como palacetes de los señores y señoras), poder eclesiástico y religioso con fuertes vínculos sociopolíticos. 

Convento de San Francisco de Belalcázar. /RAFAEL SÁNCHEZ


La institución franciscana belalcazareña constituye uno de los patrimonios culturales más destacados de nuestra comarca. Desgraciadamente le ha tocado competir en pugilato desigual con el hercúleo castillo medieval, que a pesar de su abandono y decrepitud mantiene su primor arquitectónico a muy pocos metros. No obstante, más allá del gigantismo diferencial del edificio castrense, el convento tiene como mayor enemigo la desidia y el abandono. No sé por qué extraña razón se encuentra (lo tienen, o tenemos…) como escondido, oculto y encerrado en sí mismo. Como castigado por alguna maldad de su historia. Es como si no se quisiera enseñar. Como quien tiene un familiar (desgraciada y miserablemente) oculto y enfermo del que no se siente orgulloso, que se mantiene en la sala posterior de la casa. Avergonzados estamos. Solamente se ven sus defectos y se ocultan sus virtudes. Así se encuentra el convento de San Francisco. No se trata simplemente de que su estado derruido, y no se quiera (o no se pueda) restaurar, sino que se ignora y ni siquiera se menciona. Como si no existiera. Da pena. Mirar para otro lado ha sido la conducta general del último siglo (por parte de autoridades, vecinos, convecinos, estudiosos…).

Creo, sinceramente, que debemos modificar radicalmente nuestra mirada y actitud sobre este patrimonio monumental. Es una necesidad acuciante. No son precisas las exageraciones infundadas para demostrar que el monasterio franciscano belalcazareño (de frailes) cuenta con anchurosas derivadas de carácter cultural y monumental. Se trata de un edificio con alto grado de desmantelamiento, sin duda, pero mantiene suficientemente inhiesto el esqueleto y parte de su corpulencia monumental –que sigue siendo elocuente–para reconstruir y rehabilitar. Posee valores artísticos sugerentes de una arquitectura medieval que cobija un Renacimiento descollante que aflora en la comarca con ínfulas grandilocuentes: con retazos de porte clásico (a lo romano) que se vislumbran muy solventes en portadas y arcos, arranques, bóvedas, sepulcros y capillas; aún en su estado de inconclusión se calibra muy bien su prurito de ostentación, con estética humanísta que alumbra las primeras luces del estilo en Los Pedroches. Aquí tenemos insinuado en letras mayúsculas el magisterio de Hernán Ruiz, que de haberse concluido (el proyecto) nos habría dejado una de las obras más excelsas de Los Pedroches.

En términos históricos es, sobra decirlo, un eslabón esencial del organigrama sociopolítico de la Casa y linaje de los Sotomayor: un cauce que utilizan no solamente para declinar favores crematísticos, sino la senda usual de la nobleza para cobijar religiosos de la familia, calibrando muy atinadamente principios de influencia en el amplio aparato eclesiástico de la Iglesia. De otra parte, es un centro eclesiástico y religioso medieval de notoriedad indiscutible, que ejerce durante décadas como cabeza ordenancista de su Orden religiosa, sino con magisterio y autoridad en el amplio contexto geográfico de Los Pedroches; así como el innombrable compendio de leyendas, sentido de la intitulación y otras perspectivas de interés nada desdeñables. Aún cabe mencionar mayores quilates culturales del citado vestigio arqueológico (casi lo es) que pasan desapercibidos, pero de mucho interés para los propios de la población. Nos referimos al interesante análisis e interpretación urbanística del convento en el contexto de la trama urbana: pues el edificio resulta extremadamente elocuente en razón de emplazamiento y situación en el Marrubial; su distribución periférica en el contexto religioso y sociopolítico medieval vinculado al Castillo, así como la coexistencia en paridad con la institución conventual femenina, que se encuentra a un tiro de piedra; igualmente la proyección urbanística moderna y contemporánea que representa el barrio suburbano de casas humildes arracimado al monasterio. El todo urbano de Belalcázar solamente puede entenderse a partir de esos pilares históricos (castillo, conventos, etc.).

No se puede dar más con menos. El convento de San Francisco de los Cinco Mártires de Marruecos constituye una de esas joyas patrimoniales que hay que conocer y preservar dignamente por su extensa significación. Debe hacerse sin mucha demora. Con mucha vergüenza por no haberlo hecho antes, dejándola en el estado (‘?) en que se encuentra. ¿Cómo se puede consentir, en los tiempos que corren –que nos vanagloriamos de cultura y sensibilidad–, mantener en estado este patrimonio en una comarca que antes o después está abocada a subsistir del turismo?. Pero no se engañe nadie, su auténtico valor reside en formar parte de nuestra Historia. Ese debe ser el auténtico motivo de su reconocimiento y recuperación. 


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