Los viajes a ninguna parte

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


La vida es el resultado de un viaje y un sueño. Un día llegas al final de tu destino y te bajan de él. Solo importa si has conseguido tu sueño. Lo mejor es seguir el trayecto que te propone la vida. Para eso hay que comprenderla. Cada época es una estación. Un día te apeas del autocar de la infancia para subirte en el de la adolescencia. Y así sigues hasta que te das cuenta de que el billete se va terminando.

No es importante que el autocar sea confortable. Lo importante es que disfrutes del trayecto, del paisaje, de las paradas, de los que te acompañan en el asiento. Y por supuesto que el viaje sea completo, hasta el final del trayecto, pero muchas veces no es así, teniendo que bajar a mitad del camino. A veces, no lo decidimos nosotros.En esta sociedad del bienestar se da demasiada importancia a la comodidad individual. La de cada uno. Somos muy reivindicativos pidiendo derechos para nosotros, pero somos mucho menos generosos a la hora de concederlos. Porque es un derecho ceder el asiento al mayor, hablar con el que tenemos al lado, no ponerse tanto los auriculares(esos que te aíslan del mundo) o subir en nuestro autocar a pasajeros con los que no tengamos un interés presente o posterior.

Los autobuses de antes tenían esos ventanales rústicos, esos ceniceros plateados y una tapicería oscura. Preguntabas a tu acompañante antes de comenzar el viaje si querían ventanilla o pasillo. Olía a autocar. Se llevaban las bolsas los que se mareaban pues las carreteras eran nacionales y llenas de curvas. Luego vendrían los vídeos que fueron la gran novedad de los autobuses a mediados de los 80. Ponían la película para que unos se quedaran dormidos, otros protestaran por el volumen y, los menos, la vieran entera. 



Era cuando la gente iba con bocadillos a los viajes, naranjas y plátanos. Cuando te parabas en el bar a mitad del camino. Antes de que fueran autobuses de asientos reclinables, con lunas térmicas y todos los lujos que hoy encontramos en un autocar.

El lujo ha hecho que el viaje sea más confortable. Pero el lujo no esconde secretos. Esos hay que buscarlo en la vida. En la de cada uno. Y están en las cosas sencillas. La vida es un autobús de línea. Tenemos dos asientos que son los que ocupan nuestros padres. Nosotros vamos primeramente en sus rodillas. Luego nos sentamos con nuestros hermanos hasta que el asiento de al lado lo compartimos con nuestra pareja. Y luego los hijos llegan, empezando todo otra vez.

Hasta te vas quedando más atrás y más atrás. Viendo como se suben pasajeros a un autobús en el que tú ya estabas. Por desgracia, ves como a gente va bajando. Y sabes que un día bajarás tú. No es lo más cruel que bajes un día. Lo más cruel es que no hayas cumplido tu sueño. Ser feliz con los que has compartido viajes es el único sueño que se cumple. Los demás son como las maletas que vas perdiendo en las estaciones. No puedes mirar los pueblos o cosas que dejas atrás. Solo sentir lo que estás viviendo. Ocupando tu asiento. Sin querer ocupar dos. Y compartiendo los momentos de un recorrido que posiblemente no lleve a ninguna parte. No es si llegas. No es si vas. Es cómo vas. Es sentir tu viaje. No es el equipaje que lleves. Es la piel que tienes. Somos pasajeros de un viaje en el que ni siquiera conducimos nosotros. Vamos en el autobús. Sin más.

P.D: Los autocares de ahora son tan confortables y lujosos que la gente se queda dormida. ¡Con lo que hay que ver y vivir! 


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