Enseñar a querer la vida

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


En nuestros pueblos las estrellas brillan exageradamente. Tenemos un cielo tan estrellado que nos hace relucir más en la noche. Muchas veces me he preguntado si las estrellas nos miran a nosotros o somos nosotros los que miramos a ellas. Y en la mirada está el gran secreto de la vida. Solo puedes mirar a dos sitios. A ti mismo o a los que tienes alrededor. Quererte a ti mismo o querer a la vida.

Los chavales de hoy en día tienen clases de todo tipo (inglés, música, deporte). Sin embargo, no enseñamos a los chavales a querer la vida. Esta se quiere si miramos a los que tenemos al lado. Decía Ghandi, “Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino”. Para él su vida era su mensaje. Y si reflexionamos es así. Nuestra vida es nuestro mensaje. Y en él tenemos que ser diferentes.

Estamos en la era del yo aparente, despersonalizado, que teme ser distinto. Estamos en el tiempo de las horas desvividas. Por ello se ocultan sentimientos y épocas del romanticismo.

La sociedad actual nos viste con los mismos ropajes, nos pone a la venta los mismos móviles, las mismas cosas. Ocultamos lo que somos aferrándonos a entidades, ideologías, grupos olvidando que lo más importante es la persona que está libre de todo. Nos han hecho seres privados de libertad. La privación de libertad no solo es para los condenados que habitan en una celda. Es para los que están prisioneros de una vida dirigida. Prisioneros del trabajo, del placer ficticio, del dinero, del móvil, de cualquier vicio que se cruce en el camino.

Es curioso como cada ‘yo’ se hace a base de emociones, fracasos, oportunidades perdidas, pérdidas, triunfos, aprobados, suspensos, enamoramientos, desengaños. Tendríamos que ser diferentes en función de lo que nos pasa pero cada vez somos más iguales. Como si fuéramos máquinas. Los sentimientos poco expresados nos alejan de la humanidad. Y nos acercan al hombre máquina que tan de moda está. No es la época del romanticismo. Es la época de la masa. Todos hacen lo que los demás hacen. No nos damos cuenta que no hay una persona igual. Es la grandeza de nuestra naturaleza. Tampoco hay una estrella igual. A veces pienso que las estrellas también nos miran a nosotros (como si fuéramos nosotros sus estrellas). Supongo que habrán caído en la cuenta que nos movemos, cada día más, de forma más mecánica. Todos al mismo lado.

¿Qué fue de aquella supervivencia de cada uno con su ingenio, con su valentía, con su imaginación? Deberíamos a aprender a querer la vida, a valorarla, a sentirla. El cielo y la luna alumbran las estrellas mientras que nosotros seguimos alumbrando con una linterna las emociones que cada vez están más escondidas.


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