La vida en los pueblos es maravillosa

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Hace unos días me encontré en el Arcángel de Córdoba con un amigo de facultad al que no veía desde hace dos décadas. Había perdido el contacto con él pero no los momentos buenos que pasamos cuando éramos unos adolescentes. Me contó que vivía en Madrid, que tenía un buen trabajo y una familia feliz. Sin embargo, echaba en falta la vida de pueblo.

No podía almorzar al mediodía con su familia, ni llevar a sus hijos al colegio ni ir al campo los fines de semana. Ganaba un buen sueldo pero el modo de vida era más caro. Tráfico, estrés, contaminación, peligros.

No valoramos lo que tenemos pero los que vivimos en los pueblos tenemos mucho. Un aire que respirar, unos padres a los que visitar, unos abuelos a los que dejar los niños, un campo para gozar, las amistades de siempre y las nuevas, las calles donde crecimos, donde nos enamorábamos de la vida.

Hay mucha gente que vive en una gran ciudad, gente a la que le gustaría volver a vivir en el pueblo donde nació y creció. Porque uno nunca olvida sus raíces. Posiblemente cuando salieron de sus pueblos buscaban una aventura que luego no fue tan maravillosa.

La vida tiene sus pasillos complejos. Pero hay que vivirla. Con lo bueno y lo malo. Sin mirar hacia atrás. Posiblemente mi amigo no se hubiera ido a Madrid si hubiera sabido que habría perdido tanto. La gente busca en la gran ciudad cosas materiales. Sin saber que eso no lo es todo.

En cierto momento, alguien supo que iba a dejar la vida. Fue una estrella quien se lo anunció. Sus días se terminaban. No le dio por pensar en el coche nuevo que puso estrenar o en la casa que se pudo comprar. Solo pensó en lo que pudo ser y no fue. En su final solo encontró momentos perdidos. Esos que perdió por querer ser más, por ganar más dinero que luego no pudo gastar. Y se dejó muchos ratos con los suyos, con sus hijos, con su familia, con sus amigos de la infancia.

Vivir en un pueblo tiene un encanto fabuloso. Pasar por la calle donde fuiste a la escuela de verano, en la que estrenaste tu primera bicicleta, en la que creciste o en la que esperabas a tu novia casi a escondidas. La vida sentimental de los pueblos no tiene nada que ver con la de las grandes ciudades. Por eso decidí yo quedarme en mi pueblo cuando un día se me presentó una gran oportunidad. A veces las oportunidades vienen disfrazadas. O a lo mejor no. Eso nunca se sabe. Nadie sabe si el tren en el que sube se va a estrellar. Lo que sí sabemos es que vivir en un pueblo es maravilloso. Como decía Sabina en una canción que le regaló a Ana Belén “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. A lo mejor es preferible no irse nunca para estar regresando continuamente.


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