Las historias de mi padre (XVIII)

ANTONIO ARROYO CALERO


Después de la guerra civil vino la represión.

Fusilamientos, cárceles o campos de concentración fueron los instrumentos de castigo para aquellos que habían luchado en el bando perdedor y especialmente para los que se habían significado en partidos, sindicatos o asociaciones republicanas o de izquierdas.

Tan grabado quedó todo esto en las mentes de los ciudadanos que durante muchos años , a los que nacimos después de la guerra se nos decía: “ niño, tú no te señales” “ que nos seas de los listos ni de los tontos”.

En estos tiempos en los que los padres queremos que nuestros hijos sean los primeros en todo. En esta sociedad tan competitiva en la que todos deseamos destacar, no entendemos muy bien que nuestros padres o nuestros abuelos desearan tener hijos mediocres. Los que vivieron aquella tragedia no querían líderes porque los líderes de uno y otro bando lo habían pasado muy mal.

Para las mujeres del bando perdedor los medios de represión fueron menos sangrientos pero quizá más sutiles.

El aceite de ricino con el argumento de “para purgar su alma de izquierdas”, o “para pulgar del demonio a su cuerpo”, era uno de los castigos empleados. La ingesta de este purgante producía diarrea y por tanto humillación.

El cabello es un elemento muy relacionado con la feminidad. Era, pues, habitual pelar a las mujeres como forma de castigo. A muchas se las dejaba un moñito y en el mismo se las obligaba a atarse un lazo con la bandera nacional.

Después de infringir estos castigos a muchas se las paseaba por las calles para mofa del resto de la población.

No fue un castigo solo aplicado en nuestro país. Los fascistas italianos lo utilizaron asiduamente y en Francia, terminada la II Guerra Mundial, fueron peladas miles de mujeres acusadas de haber tenido relaciones con soldados alemanes. En todos sitios cuecen habas.

Era la “abuela vara” un señora ya de cierta edad, siempre de buen humor de ideas republicanas que no se molestaba en ocultar incluso una vez terminada la guerra.

Contaba mi padre que uno de aquellos días de la posguerra se cruza Rudesinda, que así se llamaba esta mujer, con un señor que, conociendo sus ideas, le dice:

“Abuela ya se ha terminado todo”. Se refería al fin de la guerra.

“Bueno, la pelota está todavía en el tejado”. Respondió Rudesinda en tono socarrón.

Alguien conoció el hecho y lo denunció. Detenida por la guardia civil, fue conducida a la barbería de los hermanos Vidal ( próxima al lugar donde se ubica la plaza a abastos).

Allí obligaron al barbero a que la pelara.

El barbero que la conocía y apreciaba no tuvo más remedio, muy a su pesar, que cumplir la orden de la autoridad.

Rudesinda canturreaba, mientras la pelaban, para cabreo del guardia que presenciaba el castigo.

“¿Miguelito, a ver que te debo?”. Preguntó Rudesinda cuando el barbero terminó su faena.

“¡Menos cachondeo señora!”- Gritó el guardia fuera de sí al tiempo que perdía los nervios y dando un portazo se marchaba echando pestes.

A Rudesinda la pelaron pero no pudieron humillarla.

Y esta era una de las muchas historias que contaba mi padre. ν

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