Cuando septiembre está esperando

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)




Septiembre viene silbando. De repente estará aquí otro vez sin avisar y cambiándolo todo. Cuando eres joven, odias este mes. Sobre todo en sus primeros días. Comenzar septiembre es como comenzar el año pero sin fiestas. Es el final del capítulo más apasionado del año: el verano.

En él, siempre los jóvenes han vivido todo tipo de aventuras. Es una cosa tan loca y tan divertida que te atrapa o te atrapaba. Eso de estar en la calle sin más preocupación que pasártelo bien mola mucho. Noches de fiesta, de baile, de charlas interminables en cualquier parque o lugar. El verano no tiene despertador ni reloj nocturno. La libertad, la lentitud estival, la despreocupación o el encanto de la noche son cosas maravillosas para todos y en especial para la juventud.

Un día pregunté por qué el verano se pasaba tan deprisa a lo que alguien me respondió: “es que la vida es demasiado corta”.

El fresco de septiembre llega con la nostalgia de la caída de agosto. Es como una muda sensación de pérdida. Todo el mundo que has creado en los días de verano desaparece. Lo cantaba el Dúo Dinámico: “El final del verano llegó, y tú partirás…“ o John Travolta y Olivia Newton-John en el Summer Nights de Grease “empezó a hacer frío, ahí es donde acaba”. Septiembre es el mes donde se produce la vuelta a la rutina, a la escuela, al Instituto, a la normalidad, al gimnasio, a la ilusión por algo que empieza sin más. Es como empezar con cierta desgana por llorar lo que se acaba: el verano.

Con el tiempo aprendes a no odiar tanto que llegue septiembre. Te lo tomas de otra manera. Es el comienzo de un nuevo curso donde quién sabe lo que puede suceder. Y, sobre todo, es un mes que pone en orden todo: las casa, la escuela, los niños, la cocina (vuelven los estofados, las lentejas o los garbanzos). En definitiva ordena la vida descontrolada que uno lleva durante en el verano de sol y bocadillos. Septiembre es más silencioso. Más profundo. Tiene menos color pero no está exento de encanto. Esta mañana, sin mirar el calendario, me he dado cuenta de que el verano se está terminando. Se nota en el ambiente, cuando abres la ventana o sales temprano de casa. Es el aire de septiembre venciendo al de agosto. Quiere entrar y no perdonará sus días. Septiembre siempre ha sido así. No ha respetado nunca aventuras, amores fugaces de verano, melodías de noche o reuniones de amigos en medio de la nada. Todo esto se lo cargó septiembre. Sin embargo, ofreció otras cosas.

Dicen que todas las adolescencias se perdieron en verano. Pero no en el verano de septiembre (que ya no es verano para muchos). Se perdieron antes, en sus meses calientes. El verano es la estación de la juventud. Unos la perdieron y otros la tienen aún. La estación que nunca se va de nosotros es la infancia. Es la que queda. La que nunca se va. Esa que aparece por septiembre con libretas, lápices de colores y el olor a libro nuevo que tenemos que forrar. 


No hay comentarios :

Publicar un comentario