Esperando a Manzanares

EMILIO GÓMEZ
LOS PEDROCHES 

José Mari Manzarares en Pozoblanco, durante la feria taurina de Nuestra Señora de las Mercedes de septiembre de 2014. /SÁNCHEZ RUIZ


Cuando apareció en el mundo del toro sabíamos quién era. No ocultaba de la escuela de la que había salido. Su padre le enseñó a llevar el toro con clase, empaque, elegancia, poder y sitio. Y luego tenía ese talento natural de los buenos. De esos que hacen cosas sin pensarlo. Les sale sin más. La fantasía manzanarista volvió locos a todos. ¿Estábamos ante un torero que podía superar al padre? Había motivos y todavía los hay para pensar en ello. Aunque el reto sea enorme. Es un torero muy estético que no descompone la figura y que podría ser la foto para explicar en cualquier escuela lo que es el arte de la tauromaquia.

Durante muchos años, infinidad de toreros quisieron parecerse a Manzanares padre, pero el arte es una cosa que se lleva dentro, quizás en los genes. Y era su hijo el que más se parecía a su padre por su forma de ser en la plaza. Ese trazo, ese temple, esa belleza eterna, esa cadencia, esa ternura a la hora de mover la muleta nos recordaba al torero de los 70 y de los 80. Encarnaba la figura de su padre. Incluso era más poderoso, con más físico, con más son competitivo y más ganas de comerse el mundo. Porque su padre fue un ‘dandy’ que creyó siempre más en el duende que llevaba que en otra cosa. Y ya sabemos que hay días donde el misterio del duende se pierde sin saber el porqué, aunque luego aparece sin más en otra tarde redonda. Manzanares era el Paul Newman español y tenía un heredero que representaba perfectamente lo que fue.

A finales de septiembre del 2014 aparecía José Mari Manzanares anunciado en los carteles de la Feria de Pozoblanco. Vino acompañado de su padre quien días después encontraría la muerte. Así de repente. Lo recuerdo en el callejón con un chubasquero verde apoyando sus sagradas muñecas sobre el burladero viendo la corrida de su hijo. Se fue pero dejó una representación de su toreo en su José Mari. Esa poesía, imaginación, improvisación y ritmo le hacen ser un torero que levanta el alma del aficionado

El día 21 de septiembre está anunciado Manzanares en la corrida de pre-feria. Lo hará acompañado de un bohemio como Ferrera y de un torero tremendista y de corazón como El Fandi. Él ha recuperado su mejor versión esta temporada. Su lealtad familiar se pudo ver hace unos días en la Malagueta donde se llevó el capote de paseo como premio a la mejor faena. Está sacando ese sentimiento que hace un tiempo había perdido quizás por preocuparse demasiado de los despachos y de mandar en carteles fuera de la plaza. Uno manda en el albero y con el enemigo delante que es el toro.

Le ha venido bien al alicantino irse con Paco Ojeda a su lado ha recuperado la esencia, la quietud, la reflexión y la creación. Porque él sabe de eso. Manzanares es creativo aunque sea demasiado osado, orgulloso o vanidoso. Su talento se lo ha permitido siempre. Una bajada al infierno del desencanto le ha servido pues está como viviendo otra etapa. Y la vida es eso: etapas que se suceden. Manzanares es un torero de sensaciones, de alma y de pasión. Sus faenas perfumadas de tauromaquia son soñadas por un público que lo espera en Los Llanos.

Ojalá que veamos la mejor versión de él. Un torero muy discutido en los corrales por sus exigencias pero muy poeta en la plaza. Cuánto nos gustaría ver una faena sublime de este maestro, capaz de torear con la yema de los dedos como si estuviera pintando el cuadro más bonito del mundo. Naturalidad, profundidad y torería. Eso es lo que queremos ver en Manzanares cuando venga por aquí. Esa nueva versión donde está la quietud que le está enseñando Ojeda. Uno está aprendiendo siempre. Y más de los maestros. 


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