Romanticismo medieval a caballo

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


/Foto: SÁNCHEZ RUIZ

Pedroche sigue siendo ese pequeño reino de la tradición. Un pueblo que se muestra fiel a sus orígenes. Cada año está más abarrotado de caballos, mulos y yeguas en su fiesta grande. Cómo gusta escuchar el corretear de los chavales por las calles, el ruido de las herraduras, los relinchos y el trasiego de principios de septiembre. Han pasado los días pero aún quedan los ecos de la gente que sabe expresarse a través del caballo. Tal y como lo hacían nuestros antepasados. Muchas generaciones rindiendo culto al mundo equino. Un animal único que nació para las tareas camperas y que hoy impregna de belleza todo.

Aún resuena esa multitud de caballos coronando la Cuesta del Molar. Todos con ese afán aunque unos lo expresaran más que otros. Un montón de caballos de todos los pelos imaginables. Entre ellos caballos hermosos, viejos, bellos, gordos, flacos y alguno tullido. También mulos. Con carácter, mansos, avispados. Bien criados en su mayoría. Sin olvidar las sillas de doble tijera con mujeres guapas sentadas. Los Piostros es un espectáculo. Se mire por donde se mire. Como decía un escritor italiano, Alessandro, “antes se decía aquello de ‘dejar libre el paso de carruajes’ porque lo que salía de las casas eran esos carruajes”. Esos coches de caballos ahora están guardados en cocheras junto a la pila del agua y un armario lleno de detergentes, fregonas y bombonas de butano. Todo muy pintado y quizás entre azulejos. Nada comparable cuando estos carruajes estaban en esos viejos establos donde no entraba la luz.

Pedroche estuvo entre el gentío el pasado fin de semana. Lleno de color. Gente con ganas de divertirse. Como si fuera un país de cuento. De un cuento precioso. Romanticismo medievalista con ese enfilar la calle como si fueran a esos consejos feudales. Y pensar que esto se viene haciendo durante siglos. Todo se vuelve primario y elemental: riendas, montura, espuelas, camisa, el vestido, la chaqueta, el sombrero, el pañuelo. Es como si tuvieran el mundo en sus pies guiado por sus manos. Cuando todo acaba, todos se alejan y desaparecen, engullidos por los callejones, calles estrellas y plazas engalanadas. Un laberinto hermoso. Caballos sudando a mares después de un día de pasión. Es como si Pedroche jugara con el caballo y el caballo jugara con el pueblo. Todo entre la sinfonía de colores, sonidos y luces. La devoción que hay aquí por el mundo del caballo es algo tan grande que no morirá en mucho tiempo. 


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