Cuando la mente te vence

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


La repercusión mediática que ha tenido primero la desaparición y posteriormente el descubrimiento del cuerpo ya cadáver de la deportista Blanca Fernández Ochoa (primera mujer que ha ganado una medalla olímpica, en los juegos de invierno), ha llenado programas de todo tipo y en todos los medios de comunicación.

Este es un tema muy delicado, y aunque no se ha querido dar el motivo del fallecimiento, todo apunta a que ha podido ser un suicidio, por los medicamentos antidepresivos que tenía junto a ella.

Como hablar es gratuito, sobre todo en televisión, muchas personas que han salido parece que tenían conocimiento pleno de la vida de la deportista española, y han hablado como si estuvieran conviviendo con ella.

Lo primero, y centrándome en la enfermedad que padecía Blanca, una depresión, no hace nada más que poner sobre la mesa la cruda realidad de la diversidad de tipos de enfermedades mentales que existen, y que por desgracia cada día se padecen con más habitualidad. Una de cada cuatro personas a lo largo de su vida necesitará en algún momento ayuda del profesional, bien con psicólogos o psiquiatras.

Una depresión puede producirse por multitud de problemas de diversa índole: económicos, de fracaso de pareja, falta de trabajo, pérdida de un ser querido que vivía en el mismo hogar, falta de ilusión, etc. Incluso puede venir una depresión sin tener en principio un motivo exterior justificado o aparente, por padecer un desajuste en los neurotransmisores cerebrales.

En el caso de Blanca, según todas las noticias que hemos conocido, se había juntado el fracaso sentimental y el económico, que la había dejado sin casa y sin dinero.

Hay miles de personas en nuestro país que padecen esta enfermedad y otras por el estilo, donde la persona vive en un infierno, y sé de lo que hablo.

Para poder salir del pozo en el que te mete una depresión, al complemento del profesional y la medicación que reciba, será vital que dos o tres personas, bien familiares o amigos de verdad, estén diariamente con ella, para apoyar, comprender y ayudarla a salir del pozo donde está metida. La cuerda que se le lance debe ser lo más favorable que se pueda, para que el enfermo pueda escalarla, porque aunque se tenga toda esta ayuda, que no es tan sencillo el tenerla, el que tiene que subir por la cuerda es el que está en el fondo.

Se ha avanzado en las enfermedades mentales, pero todavía queda mucho camino por recorrer, todavía existe el estigma del enfermo mental.

La prueba es el resultado de la autopsia, la familia no quiere decir la palabra “suicidio”. Porque el suicidio puede producirse de dos formas, la directa por una forma contundente o fulminante, con algún elemento o material para ello, y otra de forma amortiguada a través de fármacos de una cierta potencia, donde la persona busca el sueño eterno, para descansar de una vez, derrotada ante la vida.

Se hacen comentarios peyorativos cuando alguien padece este tipo de enfermedades, se señalan como algo raro e incomprensible. Quien no ha padecido una de ellas no entiende nada y se permite la banalidad de hacer comentarios vacíos e hirientes.

Está totalmente aceptada la enfermedad física, pero no la mental, por ello es importantísimo que quien la padece la exteriorice sin complejos, y más aún si son personas conocidas.

Cuando hace unos meses se suicidó un hombre conocido y de poder económico, Miguel Blesa, pegándose un tiro con un rifle de caza del calibre 270, una muerte que se relaciona con la corrupción, a nadie le preocupó entonces ni su esposa ni su hija. Se trataba de un banquero corrupto y encima de derechas. En definitiva, se puede considerar que pertenecía al escalón más débil en la cadena antropológica de la empatía.

Siguiendo con la esquiadora, la definición por la que ha optado la familia para denominar el fallecimiento ha sido la de “muerte no violenta no accidental”, ya que existe un terror secular al tabú del suicidio.

Es el resultado de la hipocresía colectiva que toca a nuestra extraña nación católica y sentimental, donde durante siglos se excluyó a los suicidas de los cementerios decentes, como si después de muerto pudieran contagiar algo malo a los que habían fallecido de muerte natural. Y aunque se ha avanzado un poquito, este estigma dura. El hondo sentimiento religioso que existe exige los paños calientes de la fe, sigamos creyendo que vive, y si no que fue un accidente.

Con Blesa, era bastante fácil, porque aquel hombre no emocionaba a nadie.

De 10 a 11 españoles se matan al día en nuestro país y no parece que todos lo hagan desde la soberana lucidez. Suicidarse no es una vergüenza innombrable.

Aquí se da una lacra muda, que no moviliza pancartas zafias del estilo “nos están suicidando”, porque los suicidios no se manifiestan.

Otro tema que se ha mezclado con la muerte de Blanca en declaraciones de aduladores de tres al cuarto es que a los deportistas como ella, el gobierno, tenía que darles una paga vitalicia. Yo me pregunto, si a todos los que practican deporte de una forma profesional al retirarse tuvieran que darle una paga los impuestos al resto de españoles tendrían que subirlos un 600% de los actuales como mínimo.

Aquí no se pueden mezclar churras con merinas, ya que en el apartado económico la esquiadora ganó un dinero en sus años de profesión, que si lo hubiese gestionado bien le habría dado para vivir muy dignamente. Incluso con el tirón de imagen que entonces tenía, si hubiera sido un poco comercial, habría trabajado en deportes de esquí, casas deportivas, tienda de deportes, etcétera.

Hay muchísimas personas que padecen cualquier patología mental y por desgracia no pueden trabajar, con lo cual tienen unos ingresos mínimos, bien de tipo social, o tan solo entra dinero de un trabajo modesto de su pareja.

En la hipocresía que todos tenemos, cuando se da un caso como éste, tendemos a magnificar y hablar todo con palabras bonitas y grandilocuentes hacia la fallecida, cuando ésta llevaba mucho tiempo agravando su enfermedad en un entorno de soledad. Porque a las poquísimas personas que están ahí, se le une la soledad que la propia enfermedad elige, porque no aguanta el encontrarse con algún vecino o conocido que de forma automática le pregunta, ¿qué tal estás?, ¿cómo vas? Esto más que ayudar duele como una bofetada. Además de otras expresiones domésticas con buena intención: “Tienes que animarte”, “sal por ahí a divertirte que la vida es muy corta”.

En la parte final de este artículo quiero resaltar que todavía queda mucho trabajo por hacer y mucha ayuda por todas las partes de la sociedad para que el estigma de las enfermedades mentales llegue a desaparecer y se acepte como si fuera una enfermedad física.

Cualquier enfermedad derivada de la mente tiene a menudo dos causas, una es la del desequilibrio o desajuste de alguno de los componentes químicos que segrega el cerebro (neurotransmisores como la dopamina, serotonina, adrenalina, noradrenalina…) y otra la estrictamente psicológica.

Cuando la primera se desajusta, la segunda presiona con todo tipo de pensamientos negativos y una gran carga de ansiedad, que hacen que sumadas las dos, desciendas en todos los sentidos, perdiendo mucha calidad de vida y entrando en un estado de involución total. Por ello es vital también trabajar el aspecto psicológico, para no hundirse con la falta del químico.

Los esfuerzos, ayudas y medidas de mejora hay que hacérselas a las personas en vida, pues como dijo el buen político Alfredo Pérez Rubalcaba (PSOE): “España es el país que mejor entierra a sus famosos”.




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