Esa vida de pueblo que ya no existe

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que había mucha gente que vivía en casas casi derruidas entre el campo y el pueblo. Los armarios no estaban tan llenos de ropa y ni mucho menos se renovaban como se hace ahora. Frigoríficos existían pocos y no estaban tan llenos de todo. Las casas no tenían comodidades. Ni aire acondicionado ni calefacción. Braseros de picón. Eso sí, unas bóvedas que hacían que los veranos fueron más llevaderos. La gente se sabía de memoria los lavanderos que había, las pilas, los arroyos, las cantinas. 



La gente tenía en sus patios de todo. Gallinas, conejos, el pozo, el corralón. Los más patios más grandes tenían hasta huerto. Una vida de puertas abiertas, de llaves prestadas al vecino y de amistades en la calle y en el barrio. Diferente a la de ahora en la que uno se recluta en su piso y se conecta virtualmente al mundo. Las mascotas de ahora están alimentadas con comida de tiendas especializadas. Antes la gente salía a cortar hierba para los conejos al campo. Todo ha cambiado tanto que este mundo de antes no es reconocible ahora.

El gran problema de los pueblos rurales es que nos quisimos parecer demasiado a las ciudades. Todos seguimos un modelo único de progreso. Tuvimos que progresar en lo bueno dejando ese aroma de pueblo de siempre. Nos empeñamos en tener pisos en vez de casas, en construir avenidas horribles en lugar de reformar esos callejones con encanto de los que tuvimos que guardar su esencia. Pusimos patios de la comunidad en lugar de huertos, cocheras en lugar de sótanos.

Si los pueblos hubieran guardado más lo que fueron, hoy serían lugares turísticos y seguro que estarían más llenos de gente y de oportunidades. Siempre es bueno tener un pueblo y un campo al que volver. En los pueblos se vive mejor que en las ciudades por los muchos elementos que tenemos o tuvimos. No podemos seguir destruyendo lo que nos diferencia. Aquella vida de antes era de cuento (aunque fuera más dura). Y no estaba exenta de felicidad. El dinero no lo es todo. Aunque algunos crean lo contrario. 


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