La España vaciada

ARTURO LUNA BRICEÑO


Tenemos una nueva definición para referirnos a nuestro país: La España vaciada. Pero no es genérico, se refiere a una parte de ella, que casualmente es la España rural.

En 1974 dejé “Informe Semanal” para incorporarme a los Servicios Informativos de la Segunda Cadena, en uno de sus programas de grandes reportajes: “Temas 74” y el primero que hice fue el titulado: “Teruel se despuebla”. Las primeras poblaciones que dejaron de existir estaban en los Montes Universales. Una comarca que en invierno llega a tener temperaturas inferiores a quince grados bajo cero y nevadas que dejaban a los pueblos aislados más de una semana. Recuerdo que “Terriente”, un pueblo cercano a Albarracín, ya no tenía habitantes y junto a él había otro en el que quedaban dos vecinos.

Dos mozos viejos que lo más seguro no tenían a dónde irse o con quién. Vivían en la más absoluta soledad, porque se habían peleado y llevaban mucho tiempo sin dirigirse la palabra. 

Mi padre y su escuela. 


Años más tarde hice un documental sobre la causa por la que se abandonaban los pueblos. Me dio la idea un anuncio en prensa en el que un pueblo leridano ofrecía un trabajo, casa y manutención a una familia que tuviera dos hijos, o más, pequeños. La necesidad que tenía el pueblo que hacía la oferta era aportar dos menores a la escuela, porque de no hacerlo el colegio sería cerrado. Ahí comprendí cuál era la principal causa de la desaparición de los pueblos. Y recordé los otoños y los inviernos en que se formaban las faneguerías para ir a la recolección de la aceituna. Aquellos tiempos en que los olivares se llenaban de gentes y la sierra veía humear sus cortijos. En los campos se oía la algarabía de las aceituneras y los cantos de los gañanes y los arrieros. Pero no había niños. Los niños y los adolescentes se quedaban en los pueblos al cuidado de los abuelos. Y para las familias que laboraban en los cortijos como caseros, pastores, yunteros o porqueros. Para aquellas familias que vivían casi todo el año en el campo se crearon las escuelas hogares, en las que los hijos de estos trabajadores estaban internos.

La vida del campo, tanto para los estantes como para los temporeros, no era fácil. Tenían que vivir alejados de sus hijos, y sus hijos lejos del calor de sus hogares y ajenos de la protección y el cariño de sus padres. Esta fue la principal causa para que en las décadas de los años 60 y 70, estas familias decidieran emigrar a las grandes urbes. 

Mi madre y su escuela. 
 

Las zonas industriales del centro, levante y norte de España fueron los lugares elegidos para emprender una nueva vida. Muchos pueblos dejaron de tener jóvenes y niños. Le quedó una población envejecida que contemplaba, impasible, como la aldea o el pueblo estaba desapareciendo.

Para evitar esta sangría, que amenazaba con abandonar el campo, en Andalucía y Extremadura, se creó el PER. Una excepción laboral, que al menos en algunas comarcas, freno el éxodo de los trabajadores agrarios. Se procuró dotar de buenas estructuras y servicios a las comarcas rurales y estos pueblos aseguraron su existencia.

No hace mucho leí en “El Semanario La Comarca”, las altas y bajas que se habían realizado en Escuelas y Colegios en Los Pedroches. Algunos pueblos ganaban algo, pero otros veían que la escuela infantil que tenían, la habían perdido. Y al leerlo me acordé de “Terriente” y de los pueblos que ofrecían trabajo a familias con hijos menores para salvar la escuela. Y pensé que algo no iba bien en Los Pedroches. Busqué las estadísticas anuales de nacimientos y defunciones y encontré un dato aterrador. Moría más gente que nacimientos había. Y entonces entendí que la decadencia había empezado. 




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