Calle Madrid... Entre nudos y nidos

ANA CASTRO


Hace un par de veranos visité Toulouse con una amiga. De todo el viaje, nos quedamos con una imagen: una escultura de color rosa que se encontraba en el exterior del museo Les Abattoirs, de Franz West. Ambas la miramos absortas y la rodeamos sin parar. Se parecía a nuestros intestinos mal colocados y llenos de problemas internos. Nudos y más nudos curvados de intestino rosa bellísimo. Es como si nos hubieran sacado lo que teníamos en el interior de nuestros vientres, bajo una cicatriz casi idéntica, y lo hubieran colocado en un lugar hermoso, para constatar que también hay belleza en lo que no funciona.

Sé que mi silencio de estos últimos meses obedece a esos nudos, que han descolocado el resto de órganos y me han llevado de nuevo al hospital para sumirme en la devastación del cuerpo que falla sin punto de retorno. Pero la escultura era tan preciosa que… Lo que era “Agoraphobia” en Toulouse ahora es “Rrose Drama” en el Centre Pompidou de París y pienso que sí, que mi vientre es todo un drama rosa repleto de nudos y, a su vez, el único hogar que tengo. Ahí, el centro de toda mi geografía corporal.

La periodista y poeta Pilar Cámara, madrileña de origen y asentada en Pozoblanco (esto es, lo contrario que sucede conmigo), confiesa en su último libro publicado: “Me inquieta que nudo y nido se parezcan tanto”. Y a mí también. Al fin y al cabo, puede que estos nudos de mi abdomen no sean más que un nido maltrecho y no un acto de terrorismo corporal propio. En cualquier caso, el nido del que habla Pilar en “Un nido en las clavículas” (Inventa Editores, 2018) es muchísimo más bello que todo esto: es el nido que yo aún hoy sueño con tener erigir un día.

Y es que Pilar, mi Hermana-entraña, ha construido un nido–y lo ha pintado de verde- en su pecho, en las clavículas, esos huesos entre los que se hace espacio a las hijas para que estén a salvo. Desde esa maraña de hilos, ramitas, plumas, cordones umbilicales, brazos y leche antigua que lo componen, Pilar me interpela y mi cuerpo vibra. Los nudos de mi abdomen entran en movimiento.

Casi sin que me dé cuenta, la lectura de su libro ha escrito sobre cuerpo, sobre la cicatriz de mi vientre. Definitivamente, me ha dejado un nudo en el ombligo. Un nudo en el ombligo que me conecta a la hija que no sé si podré tener y a las madres, hermanas, abuelas, tías… que nos dieron a luz. Al tirar de ese nudo, algo tiembla en el vientre-que-fue-casa de Pilar y una entraña indivisible, como si fuera una enredadera incandescente, comienza a crecer. Comprendo entonces que los nudos deben de ser los peldaños por los que Luna y mi posible futura Marta trepen para jugar juntas algún día, mientras Anika y Toffee las miran, y nosotras morimos de amor.

Hacía mucho que no me topaba con un libro con cuya genealogía, lenguaje y símbolos me identificara tanto. Una obra honesta, valiente, fruto de un grito y del estallido posterior del cuerpo, que ha tenido que recomponer su propia identidad para aprender a ser madre sin dejar de escribir y de ser Pilar. Tan delicada como sus vestidos de flores, su poesía nos atrapa y mece y otorga por fin a la mujer el lugar que siempre ha ostentado: el centro (“Soy mujer. Y mis pechos están en el centro del universo”.

Es esta la poesía que necesitamos para nombrarnos, señalar nuestro cuerpo y construir un futuro brillante de entrañas resplandecientes como libélulas. Pilar necesita tiempo, porque hace unas semanas definimos que “tiempo es leer” y yo necesito que acudáis a abrazarla muy fuerte en la presentación de “Un nido en las clavículas” el próximo 27 de octubre en Pozoblanco, en La Costanilla, a las 20.00h. Que os hagáis con su libro, que lo acariciéis y os zambulláis sin reparos entre sus versos. Os aseguro que os emocionará. Seguro que desde mi casa advierto cómo todos vuestros nudos se ponen en movimiento.

Sed su nido por unas horas para darle la bienvenida al mundo a su segunda criatura y brindad y haceros fotos con ella. Hacedme saber después que las entrañas han sabido encontrar su lugar.


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