Despedida

MIGUEL BARBERO GÓMEZ


Estamos tan apegados a las cosas de aquí, la Tierra, que resulta un verdadero drama abandonar la vida en nuestro planeta.

Sabemos, por experiencia, que tras nacer estamos destinados a morir cuando transcurra un período de tiempo. Largo o corto, no podemos elegir. Realmente hemos de reconocer que los humanos entablamos una estrecha relación con todo lo que tratamos en nuestro mundo: propiedades, status social, éxitos profesionales, familia, amistades, etc. Todos esos lazos que nos atan a la vida hacen, que a lo largo de nuestra existencia no pensemos seriamente en que todo terminará algún día con nuestra muerte.

Llevo tiempo observando en los velatorios de conocidos y familiares como una especie de sorpresa por el fallecimiento de un ser querido. Casi siempre se manifiesta una disconformidad con el fúnebre acontecimiento de la pérdida de una vida. Eso si, parece más aceptable el fallecimiento de una persona mayor que la de un niño o un joven. A todos nos parece normal que así sea, pero estamos hartos de ver que no se produce de esta manera. En todas las épocas desde la existencia del ser humano, la muerte no discrimina e igual mueren niños, que jóvenes y viejos. Los primeros, por falta de defensas en sus primeros días de vida y por su debilidad física cuando aún son pequeños y se convierten en las víctimas más débiles de epidemias o catástrofes naturales. Los jóvenes, siempre han sido las principales víctimas de las guerras, y en los tiempos que vivimos, son los que más engrosan los números de fallecidos por accidentes de tráfico o consumo de estupefacientes. Y los viejos, porque la duración de la vida para el ser humano está supeditada a un período de tiempo determinado que ha ido ampliando el avance en la medicina. 



En definitiva, por el simple hecho de nacer estamos abocados a morir. Y sin tener mucho en cuenta la fecha en que vinimos a este mundo. No estaría mal que tratáramos con mayor decisión la muerte como un hecho natural que es y del que estamos seguros que se va a producir. Soy de la opinión de que si tomáramos la muerte como lo que en realidad es, algo habitual en nuestra vida, y educáramos a las personas en la aceptación y comprensión del hecho de que la vida ha de acabarse en cualquier momento, es posible que viviéramos nuestro período vital con otro talante más solidario y menos egoísta.

Las distintas civilizaciones de la Tierra han tratado el hecho de la muerte de diferentes formas y han definido de varias maneras su origen y sus consecuencias. Las diversas religiones, con sus propios y distintos matices, han analizado la muerte otorgándole la misión de un cambio de estado para llegar a otra manera de vivir en otra dimensión, cambiando la naturaleza para convertirse en otra forma diferente de vida o alcanzar una naturaleza espiritual que se convertirá en vida definitiva.

Respetando todas las ideas sobre este asunto, si que se puede afirmar que la muerte causa dolor por lo que significa de separación de un ser querido que ya no estará para acompañarnos y compartir la vida con nosotros.

Mis convicciones religiosas me inclinan a pensar que, aún sintiendo el pesar de la separación, me queda la esperanza de alcanzar un mundo espiritual en el que, transformados, encontraremos la paz y vida definitiva.

Pero como ser humano que soy, naturalmente que me afecta la pérdida de un ser querido, más la esperanza me hace aceptar de manera serena un suceso tan luctuoso como el producido recientemente con el que consideraba un buen amigo, al que apreciaba por sus abundantes dotes de generosidad y su disposición a aportar su valor (que era mucho y bueno) a la consecución de un fin colectivo.

Se ha marchado a jugar la Liga de fútbol del cielo, y lo ha hecho demasiado joven. Los que aquí quedamos, a la espera de la llegada de nuestra llamada, no te olvidaremos nunca. Eras demasiado bueno, Miguel. 


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