Un sexagenario que cumple años: El Mercado de Abastos de Pozoblanco

JUAN ANDRÉS MOLINERO MERCHÁN
(Doctor por la Universidad de Salamanca)


PARECE QUE FUE AYER. El 21 de octubre de 1958 se inauguraba por todo lo alto el Mercado de Abastos de Pozoblanco. Era sin duda una de las aspiraciones más anheladas desde comienzos del s. XX. Una obra ambicionada desde hacía varias décadas. La Plaza de la villa (actual Constitución), que fue tradicionalmente el auténtico mercado tradicional, venía desde finales del s. XIX siendo criticada de forma grave, no solamente por las autoridades sanitarias del momento y regidores, sino porque existía un sentimiento general regeneracionista, en términos higienistas y sanitarios, que requería a una nueva solución más pronto que tarde. Quiso el destino que fuera, sin embargo, más tarde que pronto.

Los pataleos insistentes durante las primeras décadas del s. XX nada consiguen, y ni las iniciativas de los regidores primoriveristas ni los proyectos avanzados con la Segunda República son capaces de hacer realidad un nuevo mercado; la Guerra Civil frustra gravemente un diseño bastante avanzado, dejándolo completamente muerto. Los regidores subsiguientes de la dictadura franquista (especialmente Don Carlos Alcalde y Don Andrés Muñoz) habrán de seguir en las décadas siguientes (1949, 1952, 1954, etc.) persistiendo en el intento, sin ser nada fácil, porque los soportes económicos son menguados y resulta difícil la inclusión entre los proyectos de Dirección General de las Regiones Devastadas. Finalmente se hace realidad al tenor de fórmulas locales de financiación (presupuestos municipales y emisión de Obligaciones con el aval de la Bolsa y Banca de Madrid), adquiriendo carta de naturaleza a partir de 1955. Los años subsiguientes son de una inercia irrefrenable para abordar un sinfín de trabas de distinta naturaleza: adquisición de terrenos (expropiación), definición de espacio urbanizable; proyecto del nuevo Mercado, etc. Especial relevancia tienen los profesionales que realizan los proyectos básicos de urbanización (el ingeniero municipal Don Carlos Font) y del nuevo edificio arquitectónico (Don César Utrilla Rascaco,(proyecto técnico); aparte, claro está, de los ejecutores materiales que hacen la obra (el contratista Abilio Merchán y José Arroyo (la cantería) convirtiéndola en realidad, desplegando una intensa actividad a lo largo de 1957. Definitivamente la suerte estaba ya de nuestra parte. La obra concluye con eficacia y rapidez en lo fundamental en el verano de 1958. 



La presentación era inminente. Los regidores son conscientes de la notoriedad que tiene el nuevo Mercado de Abastos, y no dudan en ensalzarlo con gran aparato propagandístico como una gran obra pletórica de modernidad. Léase en este sentido cómo se proyecta por todo lo alto en el cartel de feria del citado año, y como se reproduce –con anterioridad– a gala una maqueta exquisita con exhaustividad por Don Ramón Cano. La emoción de la vecindad también se encuentra a flor de piel, pues la Plaza del Mercado es una tradición impregnada en las venas. Mayores alharacas se despliegan con una inauguración de postín con presencia, ni más ni menos, que del Secretario General del Movimiento Don José Solís Ruiz, acompañado de las autoridades provinciales y jerarquías provinciales (Gobernador, Presidente Diputación…). El prócer franquista viene ex proceso a la ciudad para visitar algunas de las iniciativas edilicias de la Alcaldía (Colegio de las Regiones Devastadas, después Cano Damián; pisos de la Falange, etc.), pero muy especialmente a inaugurar el acabado Mercado de Abastos. Una empresa más a ensalzar por el del Régimen. El evento se alza por todo lo alto con grabación fílmica para el NODO, impresión de cinta magnetofónica, amplísima acogida en los medios gráficos locales (reportaje fotográfico de Donato) y provinciales; así como eventos altisonantes de cumplimiento con la presencia de tal eminencia: misa por José Antonio y Caídos; Presentación ante las cruces de los Caídos (en la portada de la iglesia parroquial); y solemne comida en el popular, y acicalado para la ocasión, Teatro San Juan. Resulta innecesario señalar la abigarrada presencia de empingorotados adláteres del ministro, alcaldes de zona y jefes de la Falange. Grandilocuencia política y solemnidad a raudales. Sin faltar siquiera la brizna de picaresca que, hasta en lo más protocolario, ceremonioso y solemne siempre se cuela. Nos referimos a ese gesto sembrado de gracejo de la avezada chiquillería, entrada ya en la mocedad altiva, que con arrestos de juventud se cuela de rondón en la comilona entre los gerifaltes de turno: bien ataviados con los pertrechos falangistas al uso (boinas, entorchados…) para comer gratis. Aún recordarán el evento los burladores burlados de la denominada después, con socarronería andaluza, “Peña Solís”. 



Más allá de las solemnidades del día inaugural, el Mercado de Abastos entra en la Historia de Pozoblanco con el dinamismo de una moderna institución comercial. Con su imponente presencia, a su lado todo cambio en aquellos días. El Ayuntamiento urbaniza de forma intensa no solamente el espacio que ocupa la nueva Plaza, sino que se adecentan calles adyacentes y se exige una rigurosa política ordenancista en construcciones y fachadas confrontadas al edificio. La nueva institución se agita sobremanera con los nuevos puestos comerciales, que son dispuestos, ordenados y clasificados de forma reiterada por el concejal de abastos, que a la sazón es el impresor Don Pedro López Cabrera. Antes y después será necesario reajustar los puestos y actividades: porque son muchos los llamados y poco los elegidos; porque se producen ceses y no hay para todos; porque es necesaria la existencia de vigilantes y sobran peticionarios; porque se requieren ordenanzas específicas, y hay que hacerlas, etc. Realmente el Mercado se convierte en un auténtico avispero de actividad con los desaliños de las casas nuevas que se estrenan. Dentro y fuera. En el exterior la actividad también es trepidante la actividad, puesto al desplazarse el mercado de la Plaza tradicional (actual constitución) también se desplazan los puestos de menor rango y actividad, que no contratan en el interior, pero quieren seguir ejerciendo su actividad. El mejor ejemplo se encuentra en los buñueleros y buñueleras, que en la intemperie de la calle queman sus vidas, o en el mejor de los casos en recodos del interior; igualmente los y las verduleras, que solicitan espacios, pues ellos también quieren tener sus sitios con la debida legalidad. Otro tanto ocurre con las licencias de apertura de negocios de bebidas y otros géneros, que en las calles adláteres son un magnífico reclamo para la inmensa vecindad que acude al mercado. 



El nuevo Mercado constituye una auténtica novedad. Un edificio sembrado de modernidad arquitectónica, funcionalidad e innovación en la concepción comercial. Sin embargo, en la inauguración del año de 1957 no está completo en todas sus necesidades. Resulta evidente que las autoridades estaban azuzadas e inquietas por la puesta en funcionamiento. Desde luego que la espera durante décadas había sido acuciante, pero también hay que entender que siempre existen flecos sin resolver que permanecen para los años posteriores. Entiéndase en este sentido que los primeros momentos no se ha instalado el agua corriente, trayendo agua en tanques primeramente (¡Ay, Federico Blanco!), realizándose al año siguiente la acometida de agua de la Garganta y de El Algarrobillo. El sótano, inacabado, es preciso arrendarlo y modificarlo en algunos extremos para ser más funcional; las cámaras frigoríficas deben de esperar aún varios años para hacer acto de presencia; también se hace necesaria la regulación de acceso de puertas y encargado de basura, limpieza, instalación del teléfono, modificación de algún tabique, etc. ¡Uff, que movida irrefrenable la de aquellos meses!

Después de los reajustes necesarios, el Mercado de Abastos abre sus puertas al público el domingo 22 de febrero de 1959. Con ello se iniciaba realmente la vida de un edificio novedoso que, sin parar en sus funciones y con escuálidas reformas materiales (cubierta en los setenta; organización de puestos, etc.) ha llegado hasta nuestros días. Es por lo tanto un sexagenario que, al tenor de los nuevos vientos políticos y necesidades funcionales, ha cumplido su existencia. 


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