Arabia Saudí. Don Dinero

JUAN ANDRÉS MOLINERO MERCHÁN
(Doctor de la Universidad de Salamanca)


Bien lo decía Don Francisco Quevedo y Villegas en su sátira seiscentista, que no ha perdido una brizna de vigencia en nuestros días. La realidad es prolija diariamente en mostrarnos la naturaleza humana. El caso de Jamal Khashoggi y sus derivadas nos demuestran muy a las claras los parámetros políticos y morales en los que nos movemos, sembrados de paradojas y contradicciones. El periodista turco ha sido asesisano de forma atroz en el consulado saudí, y las encendidas inculpaciones del presidente Recep Tayyig Erdogan se han confirmado de forma contundente. El régimen saudita y su príncipe no pueden ni se esfuerzan demasiado en esconder sus vergüenzas, en este y otros casos de clamorosa estridencia. El affaire en sí mismo sonroja las mejillas de cualquier persona de bien, por lo siniestro que es en forma y contenido. Evidenciándose asimismo la catadura moral de gobernantes y países que permiten estos desmanes contra el más elemental de los derechos humanos. Sarcástica es igualmente la situación turca, que eleva con razón su voz contra tropelías (secuestro, asesinatos, etc.) inhumanas cuando está la casa sin barrer.

El gravísimo atentado de Arabia, contra los derechos humanos más elementales, pone a Europa y al mundo una vez más en la disyuntiva de utilizar doble cara (sin sonrojarse, siquiera). Evidentemente todos los países desarrollados ponen el grito en el cielo ante tamañas agresiones, e incluso hacen conatos de sonrojarse, acusando, recriminando y condenando al país saudita. Algunos con gestos grandilocuentes, como Alemania, que ante la desaparición del periodista suspendió la venta de armas; otros callan y esperan. Ahora ya se sabe con certeza la verdad, y reprimendas al país saudita se escuchan con sordina. La verdad es bien sabida por todos. Desgraciadamente, conocemos muy bien lo concerniente al periodista y la otra cara de la moneda. Arabia Saudita no es precisamente un invitado de piedra en el mundo rico. Es una potencia a la que hay que reverenciar y rendir pleitesía por su poder económico y situación estratégica. Nadie ignora que es una de la primerísimas figuras abastecedoras de Petróleo, a las que hay que tratar con grumos de algodón; nadie ignora su especialísima posición geopolítica en el entorno de Oriente Medio y norte de África, con voz potente entre los adláteres y discursos que se escuchan con muy buen oído; nadie desconoce tampoco (menos EE.UU. de América) su poder financiero, prestando dinero (comprando bonos) y soportando las deudas de tantos países con sus capitales por todo el mundo. España, por su parte, sabe muy bien la situación de dependencia que tiene de este país en términos económicos (petróleo), con un fluido grande de inversiones en creación de infraestructuras (a través de diferentes empresas y consorcios de Adif, Cobra (ACS), Ineco, Indra, OHL, Renfe o Talgo), como el establecimiento del Ave, el metro de Riad o el sinfín de exportaciones en las que los sauditas son socios preferentes. La vertiente más sangrante se encuentra, claro está, en esa dicotomía que representan las bonanzas económicas con Arabia –como el caso de Navantia–, que constituyen beneficios económicos, y el trabajo (empleo social) que se garantiza gracias a ello; al tiempo que se venden armas de guerra para infringir los derechos humanos. Sin mencionar siquiera las conocidas afinidades de las Casas Reales. Como dice el refrán: querer costal y castañas…, es imposible.

La polémica está servida, y los políticos se encuentran entre dos aguas que son difíciles de resolver. La verdad es que ante la claridad del asunto, prácticamente hay consenso (con mayores o menores pataleos) por parte de todas las fuerzas políticas mayoritarias: porque conocen muy bien las repercusiones económicas de una política negacionista del dinero de los saudíes, que representa un montante muy considerable. La cuestión social e ideológica vira al sentir de las distintas ideologías, unos sin embozo alguno de mantener a ultranza todos los extremos del poder económico; otros con lenguaje maniqueo, sorteando con mucha dificultad la defensa de los derechos humanos, que definitivamente se saltan con la débil prédica de discursos que no van a ninguna parte. Esa es la verdad y la escasa distinción de pareceres. Sí o sí ó no y Sí. Se trata simplemente de discursos sembrados de mentira que no engañan a nadie. La realidad económica se impone a la retórica falsa o de medias tintas. En estos tiempos, la hipocresía ya no se viste siquiera con trajes de trasparencia, va casi desnuda. Sin embozo alguno. Como queda indicado por Don Francisco: “madre, yo al oro me humillo …tan cristiano como moro (…) Pues que da y quita el decoro, y quebranta cualquier fuero (…) Más valen en cualquier tierra, (Mirad si es harto sagaz), sus escudos en la paz, que rodelas en la guerra”. Poderoso Caballero. Don Dinero. 


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