La mañana de Virgen de Luna

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Hay un ritual que se cumple cada año en la mañana del día grande de traída de la Virgen de Luna. El ritual de su Cofradía. Durante siglos lo viene haciendo de la misma manera. Las tradiciones son lo que comunica el pasado con el presente. Son como un pasadizo secreto que sirve para unir épocas dispares.

Yo también tengo mi ritual. Lo hago cada año. Me levantó muy temprano para ir a la panadería a comprar el bollo. También el pan. Me gusta ese tránsito que hay en la calle. Ese ambiente de gente recién levantada de la cama con cara adormilada, con el saludo entre vecinos. Gente que va de un lado para otro. Gente que se prepara. Me gusta como empieza la mañana de Romería con el aire quieto. Todo por salir y todo por vivir. Es un día diferente con un perfume dulzón. “Vamos a la Romería”, “vamos a por ella”, “vamos antes de que todo se llene de coches”. Todos esos ‘vamos’ se van cruzando entre las voces de la gente en la calle.

Me gusta recorrer el pueblo. Ver como la gente se despierta, como llegan los autobuses para recoger a los romeros, escuchar el paso acelerado de los pasos, el sonido de los cascos de los caballos contra el empedrado, la gente salir de las casas. En definitiva la algarabía ‘mañanera’ de ese día donde todo huele diferente. Es el pueblo que se echa a la calle para quedarse solo cuando se ponga el sol del mediodía. A esa hora ya estarán en el Santuario.

Y de esa manera me gusta llegar a mi casa con el bollo en donde vas cargando la fiambrera con la tortilla de patatas hecha de la noche anterior, algún chorizo y el queso que nunca falta en un día así. Frutos secos, patatas fritas y ‘los Pelotazos’ de los niños. Las cervezas, la bota de vino, los refrescos y la bolsa de hielos. Neveras, macutos, gafas de sol y la gorra por si acaso.

Ese es el momento más bonito para mí. Cuando todo se prepara. El nacimiento del día. Es como partir a un viaje o a recoger a alguien que adoras. Ya sé que solo es el inicio de muchas cosas que luego pasarán. Hablo del momento culminante de la misa, la grava del camino, el sol de mediodía entre las encinas, el reunir a la familia y amigos en torno a una mesa, el revuelo de la bandera del alférez, el anochecer con la Virgen entrando en el pueblo, la algarabía.

En otra época, la de la infancia, lo que más me gustaba era el caer de la tarde en el Arroyo Hondo esperando una voz que anunciara el “ya viene” para hacer el ofrecimiento del hornazo y una bienvenida ilusionante a la Virgen. Todavía sigo sin comprender como un huevo duro y una torta tiene tanto significado. Las cosas son lo que nosotros queremos que sean.

El aire dulcificado de la infancia está en esa espera en ese lugar tan nuestro y tan hondo. Siempre estamos esperando algo hasta que te das cuenta de lo que está por venir no es mejor que lo que dejamos atrás. Pero eso es otra cuestión.

Las tardes de hornazo en el Arroyo Hondo siguen ahí aunque la infancia ya no esté. Pasan los años y vienen otros a llenar nuestros espacios, que son tan nuestros como los demás. Nos vamos desplazando según la edad. Pero es bonito ver como siguen las tradiciones. Cambian cosas pero siguen esos días especiales. Vividos de la misma manera aunque por gente diferente. Gente de de distinto siglo incluso. Algo tendrá esto de divino cuando sigue en el calendario.

Hace unos años no existían los libros de autoayuda, ni las redes sociales, ni los móviles tan inteligente de ahora, ni los tupperware. Pero había Romería. Se celebraba igual. Las cosas que se respetan son las que perduran. Las que van cambiando desparecen entre la confusión.


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