Las historias de mi padre (XIX)

ANTONIO ARROYO CALERO


Doy hoy por finalizada la publicación de las breves narraciones que con el nombre “LAS HISTORIAS DE MI PADRE” inicié allá por el pasado mes de Febrero.

Quiero agradecer públicamente a Miguel Cardador, director y editor, de este semanario las facilidades que me ha dado para su publicación, que han sido todas.

Solo he pretendido honrar la memoria de mi buen padre, procurar el divertimento de los lectores e intentar que algunos pasajes de nuestra micro-historia no queden relegados al olvido.

Hoy narraré dos historias que no me las contó mi padre. Se trata de vivencias personales.

Si algún día alguno de mis hijos o de mis nietos se animan a narrar lo que de mi escucharon, pueden empezar por aquí.

Vamos a por la primera:

En 1978 fui nombrado Interventor de Banesto en la localidad de Granja de Torrehermosa. Allí me trasladé a vivir con mi familia. Allí nació mi segunda hija. Tengo gratos recuerdos de este pueblo extremeño en el que conservo amigos entrañables.

A los pocos días de ocupar mi puesto se presentó en la Oficina el equipo de inspección del Banco. Era la misión de estos compañeros el revisar las oficinas, una vez al año, para verificar que la normativa, la calidad del riesgo o la organización administrativa fuera la correcta.

Una mañana me pregunta el responsable del equipo por el encargado del archivo. Se lo indico. Pasan a la sala de archivo. Los documentos de operaciones en efectivo se archivaban de forma independiente.

Había decenas de carpetas con el siguiente rotulo:

“PAGOS Y INGRESOS”.

“ Delante de I, siempre se escribe E, esto está mal ”. Le dicen al responsable del archivo.

Era este compañero persona algo mayor, de condición bondadosa, de escasas luces pero con su puntito de orgullo.

Por la tarde, sin decir nada a nadie, se va solo a la oficina.

A la mañana siguiente me dice:

“Antonio ya puedes pasar al archivo. Estos niñatos de Madrid no me tocan a mí los c……”

Entro al archivo. No había modificado ninguna carpeta. Las había hecho nuevas.

Mas de cien flamantes carpetas se alineaban en las estanterías.

Todas con el siguiente rotulo:

“PAGOS E COBROS”.

Por poco me da un infarto.

Y ahora vamos a por la segunda historia.

Conocí a D. Bernardo M. allá por los años 70 del siglo pasado. Era Director de la Oficina Principal de Banesto en Córdoba. Profesional bien considerado. Persona de amplias relaciones sociales, asiduo de tertulias, de reuniones, de fiestas y fiestecillas con amigos y clientes.

Era oriundo de Lucena y aficionado al flamenco. Cuando se tomaba unas copas, algo bastante frecuente, se arrancaba a cantar por fandangos de su tierra, que por cierto interpretaba bastante regular.

Habitualmente asistía a estas reuniones un cliente del Banco, muy aficionado y entendido en el flamenco que soportaba, en silencio, los “berridos” de D. Bernardo.

Alguna vez, incluso, llegó a aplaudir muy timidamente.

Tenía este hombre un préstamo en el Banco y no quería incomodarse con el Director.

Un buen día reunió dinero suficiente. Se personó en la Oficina , pidió el saldo del préstamo, ingresó su importe, lo canceló y solicitó un justificante de pago. Acto seguido pidió hablar con D. Bernardo.

Lo hicieron pasar a su despacho.

“Buenos días D. Bernardo”.- Saludó desde la puerta.

“Ya no debo ni un duro en este Banco”.- Le dijo mientras con su mano derecha sostenía y aireaba el documento de cancelación.

“Y ahora le voy a decir que es usted el tío que peor canta los fandangos de Lucena de todos los que yo he escuchado en mi vida”.

Y se marchó.

Mientras salía ,“tatareaba” un fandango al tiempo que recordaba a Cayetano Muriel “Niño de Cabra” , “cantaor” de los primeros años del pasado siglo que mejor ha sabido interpretar este palo del flamenco.

Ese día fue un hombre feliz.


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