Catetos en su tierra

DIEGO GÓMEZ PALACIOS


Hace mucho tiempo acuñé la frase de que cualquiera hace el cateto fuera de su ciudad, pueblo o comarca (quizá se la escuché a alguien y no sea mía); yo hice el cateto en Londres, donde la mayoría de los ingleses que contacté me parecieron más catetos que yo, también lo hice bastante menos en Alemania y París y mucho en Barcelona, aunque solo escasamente el primer mes y estuve dos años.

He comprobado que muchos catetos son tan o más espabilados que los indígenas locales, en cuanto se espabilan.

He visto hacer el cateto a bastantes turistas madrileños en Salamanca, Cádiz, Sevilla y Córdoba, pero al notar que lo hacían, apreciando unas leves sonrisas en su entorno, algunos reaccionaban en el momento o poco después tachando de paletos y provincianos a los del lugar. Vale.

Pero lo que me repatea es que algunos, demasiados, sean catetos en su propia tierra y eso ocurre en Córdoba capital.

Dijo Seneca que no se quiere a la patria por ser grande sino por ser patria; yo me siento cordobés porque vivo aquí desde mis cinco añitos y amo mi tierra, pero cada día me lo ponen más difícil mis paisanos politicastros y sus palmeros:

No se debe llamar avenida a una calle de dos carriles, a veces de dirección única, al menos en una capital; en Córdoba tenemos como una docena. ¿Será para cobrarnos más IBI?

No se debe llamar Noreña ahora ni nunca, a la mejor zona urbana de la ciudad, porque ese nombre lo impuso “el caudillo de España por la gracia de Dios” a la antigua y ahora extinta residencia de la S.S., porque así se llamaba un militar camarada suyo que nunca estuvo en Córdoba.

El mantenimiento en buena parte de ese nombre, cuando los ciudadanos la nombraban como la Residencia y la Residencia Antigua después, cuando funcionó la Reina Sofía, se lo debemos en buena parte a la actual Consejera de Cultura; Alcaldesa de Córdoba cuando el hermoso edificio fue desvalijado descaradamente, mientras las tres administraciones discutían de quién sería la titularidad y finalmente derribado. Entonces a nuestra alcaldesa se le llenaba la boca diciendo la residencia Noreña, la zona Noreña… y se lo contagió a muchos presuntos catetos. Aún no existía la Ley de Memoria Histórica, que en algunos aspectos me resbala. Pero esa señora debió tener en cuenta, sobre todo dada su condición de comunista, que se trataba de un símbolo de la dictadura. D. Julio Anguita hubiese actuado de otra manera.

Bastantes calles y edificios se han construido estando vigente tal ley. Ahora tenemos clínicas privadas, farmacias, talleres o negocios que algunos ilustres paisanos los nominan Noreña; incluso campos de deportes y asociaciones de vecinos. ¡Ya vale! Pero para más INRI, hace unos días leo en el periódico local que en los terrenos sobrantes para posible ampliación de la antigua residencia, liberados por la administración central, se van a construir viviendas, ampliando la barriada y esa urbanización se llamará Noreñita. ¡Toma ya! Por si fuera poco, otra patada en la entrepierna a la Ley 52/2007. Todo esto constituye, eso sí, presuntamente, la

infracción mas rotunda, recalcitrante y perdurable de esta ley; es mi opinión. Porque ¿quién como y cuando deshará el entuerto?

¿Se puede ser más catetos e ignorantes en la llamada Cuna de la Cultura y de Sabiduría clara fuente? Son apelativos que antaño merecieron nuestros ancestros y presumimos de ellos sin merecerlos.

Pongo la mano en el fuego porque esto no ocurre, ni ocurrirá a “Tarugos, Jarotes, Tiznaos, Lanchegos, Mojinos, Colodros, Corchuos, ni Membrillos”; aunque se les siga llamando por ignorantes con malauva, catetos, paletos, provincianos o bellotos. En general son más listos que el hambre y el más tonto hace relojes. 


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