Pérdida indolente de la tradición oral

JUAN ANDRÉS MOLINERO MERCHÁN
(Doctor por la Universidad de Salamanca)



LA HISTORIA ES NUESTRO PASADO.


El legado que los seres humanos vamos dejando. Somos diferentes a otros animales y especies de la naturaleza precisamente por eso, porque dejamos huellas en el tiempo y el espacio, siendo conscientes de ello. Cada Pueblo es y ha sido capaz de generar formas materiales y espirituales distintas, con ciertas dosis de singularidad y personalidad. Ese legado cultural es el que nos va enriqueciendo, aumentando nuestro acervo como seres que progresan. No quiere ello decir que el discurso histórico sea siempre progresivo y satisfactorio, regular y sistemático, pues son bien conocidas las regresiones, aceleraciones o ralentizaciones históricas (Edad Media, Modernidad…). A pesar de todas las limitaciones existentes el legado histórico siempre es digno de aprecio. El hombre lo sabe desde siempre. Desde las primeras civilizaciones se constata el interés de los gobernantes por conocer el pasado como parámetro esencial de evolución. Saber y conocer lo ocurrido, y dejar constancia de ellol ha sido una máxima histórica (crónicas, historias, biografías, leyendas…). Hoy lo hacemos de una forma científica, con formas, métodos e intereses bien distintos. No entraremos ahora en la enjundiosa filosofía de la Historia, ni en las múltiples acepciones desplegadas por el hombre para entender su pasado.

Lo realmente relevante e imprescindible es hacerlo de forma rigurosa. En este extremo saltan rápidamente a la palestra las fuentes históricas. Como es bien sabido, constituyen las bases documentales (amplias y de distinta naturaleza) para hacer una lectura correcta de cualquier acontecimiento histórico. No es nada fácil. El objeto último de la Historia es el hombre, y conocerlo es realmente complicado. En este tenor me gustaría destacar la notoriedad que tienen para el historiador las fuentes orales, la tradición que fluye de viva voz. En muchas civilizaciones fue el único vehículo para trasladar a las generaciones su acervo cultural (eventos relevantes, miedos, formas espirituales…). La memoria histórica era el pilar fundamental para mantener su pasado y construir su futuro. Los jóvenes y menos jóvenes escuchaban con atención a sus mayores, a los jefes de la tribu y progenitores para consolidar su propia existencia. Actualmente contamos con un importante elenco de fuentes –siempre insuficientes, claro está– para reconstruir nuestra historia, para proyectar nuestro futuro; sin embargo, me llama especialmente la atención como abandonamos con mucha frecuencia –al tenor de las nuevas tecnologías y los avances en el mundo de la comunicación– la tradición oral y no escuchamos a nuestros mayores. Pareciera que ya están muertos, que no nos pueden aportar nada. No son siquiera algo testimonial. Hemos barrido radicalmente el funcionamiento de miles de años y generaciones. La abrumadora presencia de recursos tecnológicos nos proyecta siempre a un mundo de presente y de futuro, pero apenas si las aprovechamos para el pasado, a pesar de sus posibilidades. La tradición oral y los mayores constituyen el mejor vehículo para comprender nuestro pasado inmediato y gran parte del acervo cultural que ha quedado incrustado en sus pensamientos, actividades, creencias y estilos de vida. Sus experiencias y conocimientos nos se pueden pasar por alto. Desgraciadamente lo hacemos, y el error es mayúsculo. Basta con acercarse a ellos para comprender que son una fuente inconmensurable de tradición e historia.

En la comarca de Los Pedroches, ayuna en muchos extremos de fuentes históricas, no nos podemos permitir el lujo de ignorar el extraordinario bagaje que aporta la tradición oral viva. No es simplemente conocimiento: es experiencia (con una valoración intrínseca de las cosas); afectividad (lo que se ha sentido y vivido en propia persona no te lo puede decir un libro ni un ordenador), conocimiento personal de motivaciones de eventos y sucesos, etc. Solamente ellos nos pueden explicar cómo era el trasiego por las cañadas y cordeles de La Mesta, porque vieron pasar a los “serranos” de Soria en su infancia por su pueblo; cómo se vivía en las minas del Soldado o en los chozos de antaño (las formas de construir y subsistir); solamente ellas te pueden entonar con verosimilitud las coplillas de las olivareras y las faenas de la matanza con pelos y señales. Nadie mejor que ellos para entender las capacidades agronómicas y agropecuarias de los terrenos de Las Viñas, Las Mimbreras o Santo Domingo (en Villanueva del Duque, Pozoblanco o Hinojosa). El auténtico sentir de las Cruces (de Añora, Belalcázar…) solo lo entenderemos escuchándoles, aprehendiendo sus afectos y viviendo las veladas que para ellos no eran simplemente una fiesta (como ahora). Ellos nos trasmiten, aún en el s. XXI, cuál era la diferencia medieval entre Torremilano y Torrefranca con el bagaje de la historia metidos en los genes de muchas generaciones. La tradición oral constituye el mejor pilar para comprender nuestra historia. 


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