Judicializar la vida social

SEBASTIÁN MURIEL



En bastantes ocasiones al empezar a escribir echo mano del diccionario de la RAE. En este caso busco judicializar y puedo leer: “Llevar por vía judicial un asunto que podría conducirse por otra vía, generalmente política”. Me encanta la claridad de la RAE. Tenemos una suerte enorme al disponer de un rico idioma y de una gente, que con sabiduría y tacto, se dedican a cuidarlo. Nuestra Real Academia de la Lengua es una mezcla de rigidez, flexibilidad, claridad, amplitud de miras, punto de encuentro, experiencia y conocimiento. ¡ Una joya con luz propia!

El verbo judicializar no me gusta porque me suena a fracaso, a incompetencia para dialogar, a quitarte de en medio, a delegar tus responsabilidades, en definitiva a falta de acuerdo. Y ponerse de acuerdo con alguien es algo tremendamente positivo y está muy recomendado para subir la autoestima. Quiero aclarar que admito la denuncia judicial argumentada porque, a veces, hay situaciones insostenibles. Con frecuencia las circunstancias no permiten otra salida pero tendríamos que darnos la oportunidad de agotar todas las vías de diálogo.

Las personas somos irrepetibles, únicas. Tenemos una identidad característica. Me atrevería a decir que aparte del ADN bioquímico, tenemos un ADN psíquico, anímico, moral, actitudinal. Todos somos diferentes, todos somos muy especiales y a veces opuestos, pero una gran mayoría tenemos que vivir juntos, compartir espacios y tiempos. Resaltar continuamente nuestras diferencias, exagerarlas o ponerlas en manos de un abogado nos transforma en una especie de monstruo que devora nuestros canales de comunicación, nos aisla y nos destruye. Aparte del lugar de nacimiento, hay muy pocas diferencias entre un emigrante y un español.

Por desgracia el tipo de progreso que nos hemos dado parece ir de la mano de una importante disminución de las relaciones humanas - Serrat ya lo denunciaba en los años setenta cantando aquello de “que nadie conoce al vecino” - y hoy es una triste realidad. El ritmo de vida ha hecho disminuir los espacios de encuentro, de tranquila conversación, de diálogos reparadores.¡ No tenemos tiempo para nada!. Los medios de comunicación reflejan a diario múltiples situaciones sociales donde las faltas de respeto y de confianza desembocan en los juzgados y claro el stress, el dinero, la incapacidad de resolver situaciones hablando y escuchando termina necesitando un tercero que, generalmente, es la buena persona de siempre o un abogado.

Así podemos ser testigos de tremendos disparates y vemos como algunos padres tratan de judicializar las pautas pedagógicas de los docentes poniendo en claro riesgo la formación de los alumnos. En ocasiones vemos a queridísimos hermanos gastándose las cuatro perras de la herencia en minuciosos y dañinos pleitos. Se judicializa la vida política - querella va, denuncia viene -, lo cual supone una genuina perversión de lo que debiera ser la política. Muchas parejas, por su inmadurez o su egoísmo, necesitan “de la ley para repartirse unos hijos” al hacer imposible la concreción de un mínimo acuerdo. Empresarios abusones o trabajadores incompetentes llenan los juzgados de litigios innecesarios que se podrían resolver tomando un café. Disputas vecinales, competencias autonómicas, malentendidos en compras y ventas, etc…Todo se ha judicializado hasta unos niveles increíbles.

Abraham Lincoln, en unas “Notas para una conferencia de derecho” decía: “Desalentad los litigios. Persuadid a vuestros vecinos para transigir siempre que puedan. Señaladles cómo el ganador nominal es a menudo un verdadero perdedor en honorarios, gastos y pérdida de tiempo”. También la sabiduría gitana “pleitos tengas y los ganes” discurre en el mismo sentido, ya que por más que uno gane un pleito, el simple hecho de pasar por el mismo ya es castigo suficiente.

Siempre una mala Paz fue mejor que una buena guerra. 


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