El derecho de ser nombrados 'huérfilos'

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


Recientemente se han juntado diversos padres que han tenido la enorme desgracia de perder a un hijo o hija con el propósito de formar una plataforma unitaria, con el fin de que el estado de esos padres que pierden a su hijo venga reflejado por un nombre, “huérfilos”, y que este nombre venga recogido en el diccionario de la RAE .

“Una viuda necesita protección. Un huérfano también. Por eso necesitamos ser llamados, para que se establezca una categoría que pueda ser atendida”, según señala el escritor Sergio del Molino.

Otro padre ha declarado, “Los padres que perdemos a los hijos solo tenemos nuestro dolor, no necesitamos la protección jurídica, pero sí el cariño y la comprensión de todos”.

Actualmente hay una sola lengua que recoge esta palabra, que es la hebrea, donde se nombra a los padres que pasan por este duro trance. De esta forma la comunidad cumple con su obligación hacia los padres que pierden a sus hijos.

En esta vida casi nadie está preparado para perder a un ser querido, pero si este ser querido es un hijo, además de ser una cosa antinatural, el dolor no desaparecerá nunca, tan solo con el paso de los años se puede bajar la intensidad del mismo, pero siempre permanecerá en el corazón de los progenitores.

También hay un antes, que es ver enfermar a un hijo, con la impotencia que esto supone para los progenitores. Tal es la magnitud que podemos describirlo con este ejemplo: “Quiero escapar y sé que no tengo salida. Por mucho que corra Juan va a seguir teniendo leucemia. No puedo retroceder en el tiempo, no puedo despertar y comprobar que ha sido una pesadilla y ni siquiera puedo salir corriendo, sacar todo el dinero del banco, esconderme en un país lejano con otro nombre. Porque la muerte de Juan me va a destruir esté donde esté”.

De la misma manera que cuando se produce una recaída: “Hijo mío, ¿me perdonarás alguna vez? ¿Sabrás disculpar que no pueda salvarte? No sé ni siquiera si soy digno de reclamar tu perdón. No sé si merezco tus besos, solo puedo quererte de esta forma inútil y desquiciada. Solo puedo acompañarte, aguantar tu mano en el dolor. Estás solo ante los monstruos, cariño mío”.

Yo, sinceramente, creo que a las cosas y, sobre todo, a las personas, hay que nombrarlas, porque de lo contrario es como si no existieran, y de esta misma manera creo que opinarán los psicólogos.

El mejor homenaje que podemos hacer a un ser querido que ya no está físicamente con nosotros es nombrarlo, porque de esa manera siempre estará vivo en nuestros corazones y presente entre nosotros. El rememorar hechos vividos junto a él debe fortalecernos, al fin y al cabo son vivencias que hemos tenido la suerte de compartir, y que ocupan y ocuparán para siembre su espacio correspondiente en nuestras vidas. Porque desde que nacemos hasta que fallecemos lo único de valor real son las vivencias que acumulamos durante nuestra existencia. Vivencias con otras personas, que dependiendo de la durabilidad y la intensidad son las que con más fuerza quedan grabadas, y por consiguiente es bueno y natural que se exterioricen y se hable de ellas.

Por esto yo me sumo a la idea de estos padres que han tenido esta iniciativa, porque me parece justo y de derecho que ellos también tengan un nombre reconocido, y que para ello se involucre la Real Academia Española de la Lengua, y esa no es otra que reconocer a los padres que pierden a un hijo con el nombre de “huérfilos”, para que por lo menos se pueda denominar con una palabra el estado emocional en el que pasan a encontrarse los padres cuando pierden lo que más se quiere en esta vida: nuestros hijos.


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