El peligro de olvidar la historia

JUAN PEDRO DUEÑAS SANTOFIMIA


Olvidar la historia tiene el grave peligro de ignorar de donde venimos, dónde, cómo y porqué estamos en el presente, y por tanto condenados a repetir los errores del pasado.

Un presente, sin pasado en que apoyar sus razones, es tanto como un futuro incierto y aleatorio; pero siendo así ( que resulta ser ) un riego, lo es mas, tal vez, el hecho de no conocer la historia lo que equivaldría a la inocencia del menor que debe aprender de sus propios errores y experiencias y sufrir sus consecuencias, por otra parte, evitables.

Resulta curioso observar como los individuos (¿y tambien individuas?) del presente, han fortalecido su confianza en el saber ante la posibilidad de tener al alcance de su mano los medios técnicos necesarios de acceso al conocimiento, en la creencia de que ese conocimiento de los hechos les infunde la sabiduría, almacenando en su disco duro datos, hechos, acontecimientos y anécdotas que, salvo para su egolatría, no tienen mas consecuencias. Les falta la ordenación y análisis comparativo e histórico de esa amalgama de datos que les facilita la tecnología y por tanto nunca conseguirán la total seguridad del conocimiento por depender de ese otro elemento ajeno a su propio acervo.

Cualquier “genialidad” (generalmente vulgaridades) resultan todo un hito innovador, olvidando que queda muy poco por decir que no se haya dicho a lo largo de la historia de la humanidad. Genialidades que nacen y mueren en tanto durán los efectos del primer impacto social y son tantos los que se producen diariamente que ya ni las genidalidades virtuales tienen eso, virtualidad.

Para conocer los verdaderos pilares sobre los que ha devenido la historia social hemos de recurrir a un relato comparativo y verificar como los fundamentos que han sostenido el devenir histórico siguen siendo los mismos, frente a la aparente realidad de haber fracasado.

Remontándonos tan siquiera a tiempos del Imperio Romano en su mas alto esplendor . La República (S. VI- I a.C.). Durante su dominio en la propia ciudad-imperio, los pueblos romanos se gobernaban como confederados y por tanto se conjugaban y garantizaban las leyes que dictaba cada república “popular” (término correspondiente, en la época, a las asambleas del pueblo -Los comicios-)

Posteriormente, a patir del siglo I a de C. se pasó desde un período secular del podeer popular, dentro de una confederación, a la tiranía del Príncipe. Hoy, al cabo de 2.500 años, Roma vuelve a verse replicada en un presente republicano que nos creemos innovador cuando solo es lo que la temporalidad le otorgue. Nada nuevo.

¿Hemos olvidado la historia ó quizás no la hayamos conocido nunca?

Sea como fuere se nos muestra la temporalidad que, por carecer de fundamentos sólidos, los gobernantes, hoy mas que ayer, repiten los errores con mayor frecuencia. Con tanta que no nos permite reflexionar sobre las causas y sí por contra, sufrir sus efectos.

Ahora, nos hacen creer que el principal problema de nuestro pais es el peligro del secesionismo, cuando tras esas pretensiones de los pueblos catalán y vasco subyace un sentimiento libertario de identidad propia que aunque se alimente de unas teorías independentistas, la realidad histórica ya ha demostrado lo contrario, y su conocimiento les obligará a no ir mas allá de lo admisible. Es sabido que tanto a uno como a otro pueblo (singulares ambos) la historia ya les mostró una realidad que ninguno está dispuesto a repetir por lo que de sufrimiento conllevó y nulos resultados, y que hoy por causas globables, que condicionan el futuro de los pueblos, es muy aventurado caminar en solitario pues saben a buen seguro que no encontrarán muchas puertas abiertas ni apoyos para el camino que aparentemente pretenden iniciar.

Por tanto se hace necesario, desde el conocimiento del pasado, poner en evidencia el presente y caminar hacia un futuro mas cierto. Debemos preguntarnos:

¿Sabemos de donde venimos? ¿Sabemos lo que queremos? ¿Es posibe realizarlo a satisfacción?

Para ello no puede ni deber utilizarse como argumento la legalidad vigente porque las leyes se dictan para servir al pueblo, nó para subyugarlo. Las leyes pueden cambiarse, y esa es su verdadera finalidad a fin de conseguir una mayor paz social.

“Un Estado puede cambiar de dos maneras:ó porque la Constitución se corrija, ó porque se vicie. Si conserva sus principios y la Constitución cambia, ésta se corrige; si ha perdido sus principios al mudarse la Constitución, ésta se vicia”. (Montesquieu.- El Espíritu de las leyes.)

Veamos. Algo que hoy nos parece imposible, por la contumacia, egoismo partidista de los gobernante y de quiene aspiran a ello, ya estaba dicho hace mas de 250 años.


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