La soledad del cancerbero

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


Con la visión más acertada que te da el paso de los días, tengo que decir que no me ha gustado nada el pitorreo y cachondeo que se ha hecho del portero del Liverpool, Loris Karius, llegando a las amenazas de todo tipo que ha recibido él y su familia en sus teléfonos.

Yo soy aficionado del Real Madrid (ojo no confundir con forofo) y tengo que ser sincero y decir que me alegré de que mi equipo ganara, aunque fuera con dos goles producidos por los fallos del arquero alemán del equipo inglés.

Pero no es menos cierto que como deportista practicante, comprendí la amargura y las lágrimas que soltó Karius al acabar el partido.

Un portero mexicano del Puebla hacía un análisis que decía: “El juicio que se le hace a un guardameta es distinto al que se le hace al resto de los jugadores del equipo. Cuando un delantero falla un disparo franco para marcar un gol, los compañeros reaccionan aplaudiéndole, motivándole, diciéndole: ¡Bien, a la próxima la metes! El público incluso se pone de pie y aplaude animándole. ¿Y ante un error de un portero? nunca he escuchado nada de lo anterior. Los errores de un delantero terminan en un: “vamos, a la otra cae”. Y los de un portero terminan dibujados en la pizarra”.

Yo, que en mis tiempos infantiles y primeros años de adolescencia jugaba de guardameta, soñaba con las tandas de penaltis, pues es el único momento que el arquero se puede igualar e incluso superar al delantero si tiene suerte de parar algún penalti y al final su equipo gana. Eso me pasó a mí con 13 años, primero jugando con los infantiles de los Salesianos frente a los homólogos de Córdoba en la Universidad Laboral, donde, además de parar dos, tuve la osadía de lanzar uno, ganando por 4-2, sin necesidad de tener que tirar el quinto.

Unos meses después, nos enfrentamos nuestro curso de séptimo de EGB, frente al curso superior de octavo donde también fuimos a la tanda de penaltis, y de nuevo la suerte me favoreció y detuve dos penas, ganando nuestra clase por 4-3, con mi chándal del Cola-Cao como coraza protectora. En esos momentos me sentí superior a todos mis compañeros de equipo.

Pero por desgracia esto no siempre es así y como prueba distintos casos, empezando por el año 2002, cuando la Copa del Rey se jugaba a partido único. El todopoderoso Barcelona visitaba el campo de Novelda, colista de 2ª B. El 3-2 definitivo para el equipo alicantino fue un balón manso, donde el portero alemán Robert Enke se equivocó, calculando mal y poniendo una mano blanda, para posteriormente caer de rodillas al suelo y nunca más se pudo levantar. Esa misma temporada dejó el club catalán, fichó por el Fenerbahce, donde tampoco triunfó. Tuvo una fuerte depresión generada por su miedo al fracaso y además tuvo la mala suerte de ver morir a su hija de 2 años. Un día de 2009, en Hannover, se arrojó a las vías del tren.

Lester Morgan, portero costarricense, se suicidó disparándose en la cabeza en 2002. Dale Roberts, arquero de Suderland, se ahorcó en 2010. Sergio Schulmeister, guardameta del Huracán, se quitó la vida en 2003. Héctor Larroque, portero del Sportivo italiano, hizo lo propio en 2011.

Yo deseo de todo corazón que Loris Karius tenga la fuerza mental y la carga de suerte para seguir jugando sin complejos y con regularidad en el alto nivel futbolístico.

Los porteros eligieron ser los últimos, ponerse debajo de los palos, vivir sin abrazos, eligieron el tremendo riesgo que supone la soledad de encajar los goles, y algunos tan crueles que se escapan de los mismos guantes protectores.


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