El décimo quinto día de felicidad del Califa de Córdoba Abderramán III


ARTURO LUNA BRICEÑO


Cuenta el cronista árabe Ben Idhari en su “Bayan al-Magrib” lo siguiente: “Al Nasir (Abderramán III), murió al principio del Ramadán del año 850 (octubre 961). Se encontró una lista escrita de su mano en la que señalaba por orden cronológico: “Los días de mi vida en los que he disfrutado de una alegría pura y sin preocupación son tal día, de tal mes de tal año.” El total era catorce. Que el hombre disipado juzgue lo que es el mundo y como faltan la seguridad y la estabilidad incluso a los que la vida ha colmado de sus favores. El Califa Al Nasir después de un reinado de cincuenta años, siete meses y tres días no había disfrutado más de catorce días sin nubes…”.

Han tenido que pasar 1.057 años para que podamos añadir un décimo quinto día de felicidad en la lista del Califa Al Nasir y disipar las nubes que tuviera Abderramán III en su historial y alegrarnos porque su gran obra: La Ciudad de Flor. La mítica y añorada Medina Azahara haya sido proclamada por la UNESCO Patrimonio Cultural de la Humanidad.



Cuenta Ben Jallikan en sus “Biografías de hombres ilustres”: “La ciudad de Al Zahra era una de las más esplendidas, más renombradas y más magnificas construcciones que hicieron los seres humanos. Estaba a la distancia de cuatro millas y un tercio de Córdoba, medía 2.700 cubitos de largo de Este a Oeste y el ancho de Norte a Sur era de 1.700 cubitos. Se contaban en ella 4.200 columnas y 500 puertas. En su construcción gastó Al Nasir incontables tesoros, ya que se tiene noticia de que los ingresos del Al Andalus en los días de aquel sultán ascendían a 5.480.000 dinares de oro, que producían los impuestos, más 765.000 dinares que rendían los mercados, el quinto del botín tomado al enemigo y la capitación que se cobraba a los judíos y cristianos que era igual a todos los anteriores. De estos ingresos Al Nasir gastaba un tercio para el pago del ejército, un tercio depositaba en las arcas reales para cubrir los gastos del palacio y el resto se aplicaba a la construcción de Al Zahra y de aquellos otros edificios que se construyeron durante su reinado”.







Ben Jayyán cuenta: “Se empezó la construcción del palacio y ciudad de Medina Al Zahra en el año 325 (936-937 de C.) y se continuó durante 40 años, es decir 25 del reinado de Abderramán III y 15 de su sucesor Al-Hakam. Pues aunque el palacio estuvo completo mucho antes de la muerte de Al Nasir, se hicieron muchos aumentos por su hijo Al Hakam, y la parte de recepción de la corte, los cuarteles para las tropas, los jardines de recreo, baños, fuente, etc., no se completaron hasta los tiempos de Al Hakam. Durante el reinado de Abderramán III se emplearon diariamente 6.000 sillares de piedra, grandes y pequeños, pulidos o sin desbastar y de todas las formas. El número de bestias empleadas para el acarreo ascendía a 400, algunos dicen que más, aparte de los 400 camellos pertenecientes al Califa y 1.000 mulas alquiladas”.

Ibn Baskuwal describe el salón llamado de los Califas diciendo: “Había en el centro del salón un gran pilón lleno de mercurio.

Daban entrada al salón ocho puertas de cada lado, adornadas con oro y ébano, que descansaban sobre pilares de mármoles variados y cristal trasparente. Cuando el sol penetraba en esta sala a través de las puertas y reflejaba en las paredes y techo, que era de oro, era tal su fuerza que cegaba. Y cuando Al Nasir quería asombrar a algunos de sus cortesanos, le bastaba hacer una señal a uno de sus esclavos para poner en movimiento el mercurio, e inmediatamente parecía que toda la habitación estaba atravesada por rayos de luz y la asamblea empezaba a temblar, porque se tenía la sensación de que el salón se alejaba, sensación que duraba mientras se movía el mercurio”.



Claudio Sánchez- Albornoz en “La España Musulmana” dice: “La abundancia de mercurio en España hizo concebir a Al Nasir esta idea. Y era el movimiento del mercurio el que hacía creer que la habitación estaba continuamente moviéndose o que giraba alrededor de un poste como si siguiera el movimiento del sol. Y tenía Al Nasir tal preocupación por tal mecanismo que sólo confió su cuidado a su hijo Al Hakam. Pero todos están conformes en decir que nunca se construyó nada más espléndido antes ni después del Islam”.

El mercurio lo extrajo en Almadén, lugar al que ellos llamaban Al Madan (La Mina) y sabemos que también obtuvo oro en las minas de cobre de la Sierra y Los Pedroches. 



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