De mi primera raqueta de tenis a Fabián Dorado

MIGUEL CARDADOR LÓPEZ
(Presidente-Editor)


El tenis a principios de los setenta cuando yo tenía 9 ó 10 años, en Pozoblanco era un deporte totalmente desconocido, que practicaban unos pocos de forma irregular. Por aquellos años el fútbol acaparaba el 95% del total del deporte que se practicaba en nuestros pueblos.

En la televisión de blanco y negro de la época, al principio daban contadas imágenes del precursor de este deporte en España, el gran Manuel Santana, el primer jugador masculino en ganar uno de los cuatro torneos más grandes del mundo. Con los primeros y grandes éxitos de este pionero del tenis en nuestro país se empezaron a retransmitir ya las eliminatorias de la Copa Davis y así conocimos después a otros grandes tenistas que fueron surgiendo tras la estela de Santana, como Andrés Gimeno, Manuel Orantes, Juan Gisbert, José Higueras, etc.

En Pozoblanco, por aquellos años, solo había una pista en las afueras del pueblo, en la huerta de doña Rosa Montero, de tierra normal y vallada, (justo enfrente de la urbanización La Salchi).

Yo, que he sido futbolero al 100% en infancia y adolescencia, sentí una curiosidad por tener una raqueta en mis manos. Así que cuando tenía 12 años y ahorré 120 pesetas (ahora serían unos 72 céntimos de euro) me compré una de la marca Victorious en el desaparecido supermercado de Olid.

Jugábamos frecuentemente en la fachada de la iglesia de Santa Catalina al frontón, y al tenis en el antiguo instituto (hoy colegio Virgen de Luna) en la pista de baloncesto, poniendo dos palos y una cuerda con sacos de pienso como red, junto a mi amigo Miguel Castilla, primo Ángel Caballero, Alfonso, Jesús Cabrera, Guillermo Blanco, etc.

En el verano de 1972 se inaugura la urbanización Los Álamos, y con ella las dos pistas de cemento, que tanto el que dio la orden de hacerlas como los que las hicieron se ve que no tenían ni idea de tenis y las orientaron este-oeste, cuando lo correcto es norte-sur.

Seguidamente se hicieron las dos mejores pistas de toda la zona norte de Córdoba en dos chalets, los de los hermanos de Torres, Manolo y Bonifacio, donde se disputaron los primeros torneos participando jugadores de Pozoblanco y de algunos pueblos. También se hizo en otro chalet una pista más, la de Pedro Sánchez.

A mediados de los setenta jugaban los hermanos Arroyo, Juan Pedro y Miguel, Boni, Paco Cerezo, Paco Parra, Pepe Luis Sánchez, Ismael Sánchez, Rafael Rodríguez, Juan Ballesteros, Rafael Lepe y algunos más.

En junio de 1976 tuvimos algunos la gran suerte, gracias a nuestro maestro en Los Salesianos, Don Francisco Cabrera García, de acudir a Málaga a disputar la fase interregional (Andalucía/Extremadura) del “Campeonato Nacional Infantil de Tenis Manuel Alonso”, patrocinado por los concesionarios en España de Coca-Cola. Allí acudimos Alfonso Arévalo, Miguel Castilla, Emilio Dueñas y yo, que éramos los que nos habíamos ganado el pase de entre unos cincuenta compañeros aspirantes en los partidos clasificatorios que disputamos en una pista que se pintó y dispuso para la ocasión en el patio mediano del colegio.

Acudimos unos 60 niños, todos de Extremadura y Andalucía, al club de tenis malagueño, que tenía 8 pistas de tierra batida, dos pistas de tenis-quick, piscina, gimnasio, bar-restaurante, jardines etc.

En un ambiente magnífico, tanto en la residencia como en el Club de Tenis Málaga, con todos los gastos pagados y las coca-colas gratis y sin control, estuvimos disfrutando y divirtiéndonos allí 5 maravillosos e inolvidables días, que además me sirvieron a mí para ver el mar por primera vez.

El tenis se había inoculado con fuerza en mí, aunque de forma intermitente, porque el fútbol y las diversas facetas que realicé en el mismo como jugador, entrenador, comentarista y hasta árbitro me acaparaban el mayor tiempo.

Sería a partir de 1985 cuando comenzaría a jugar de forma regularizada al tenis y ya, además de los chalets mencionados más la pista de los hermanos Arroyo, se habían construido las dos pistas del polideportivo municipal, y jugaba por entonces unos dos partidos a la semana.

En el verano de 1990, se fundaba el Club de Tenis Pozoblanco, siendo sus artífices, Pedro Jesús Fernández y Antonio Moreno.

Por otro lado, yo fundo la Escuela Municipal de Tenis, y en el año 1993 la pasé al organigrama del club de tenis, porque consideraba que de esta manera ambos se potenciarían más. Desde que se fundó el club, yo me hice socio y actualmente tengo el número 6 de antigüedad.

Sería en verano de 1992, con el primer Torneo Perfil Peninsular, cuando nos conoceríamos de forma personal Fabián y yo. Con toda modestia tengo que decir que la práctica del tenis no se me daba mal, como prueba los torneos de feria que había ganado. Entre ambos, en ese primer encuentro, hubo palabras de admiración de Fabián hacia mí por el nivel de tenis que yo tenía y que me hizo ser el que más lejos llegó en ese año de todos los jugadores que participaron de la comarca, llegando a cuartos de final y quedándome a un pasito de haber pasado a semifinal.

En los años sucesivos me sumé a su organigrama de los torneos, como jugador, periodista y juez de silla.

Yo admiraba de Fabián la inteligencia y capacidad comercial que tenía para sacar de cada uno lo mejor de sí mismo, y para que ello repercutiera en el bien del torneo.

Año a año fue creciendo y su velocidad era imparable, lo que su mente imaginaba acababa llevándose a la realidad, colocando el mismo en el cuarto más importante de nuestro país.

Tanto creció que algunos como yo no podíamos seguirle el ritmo y me limité a participar como jugador, gracias a la invitación que tanto a mí como a varios jugadores más nos hacía cada año.

Él fue el capitán de un inmenso barco que supo dirigir con un rumbo firme apoyado en su visión comercial y en su fuerte carácter.

Entre ellos su escudero más fiel, Marcos García, y digo bien, escudero, porque esta aventura era una empresa de un Quijote (Fabián) y un Sancho Panza (Marcos García, aunque este sea de fisonomía fina).

En los cuatro lustros que estuvo al frente del torneo dejó su huella, con el afán de conseguir lo aparentemente imposible, y por ello se merece todos los reconocimientos que se le hagan. De forma subjetiva yo jamás hubiera podido soñar, cuando compré mi primera raqueta Victorious de 120 pesetas, que iba a ver, e incluso a jugar, con jugadores profesionales que han llegado a estar por debajo del número 35 del ranking mundial de la ATP. Y eso se lo debo a un grandísimo equipo humano, que tuvo al mejor capitán: El Quijote, Fabián Dorado.


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