El silencio: ni más ni menos

SEBASTIÁN MURIEL GOMAR


En el escenario político de un partido o de un país no puede caber todo. El insulto, las acusaciones, la corrupción, las mentiras y, desde luego, la violencia – física, gestual o psicológica - son detestables por puro testimonio democrático. Sin embargo hay recursos que empleados con inteligencia y astucia generan loables efectos y beneficios evidentes para aquellos que lo ponen en práctica. El silencio es uno de ellos. Como hábil herramienta para conseguir determinados objetivos es una de las más usadas y con frecuencia – a pesar de su no ruido – una de las más eficaces. En general produce buenos frutos porque el que suele hablar mucho, mucho yerra. Llegado este punto quiero aclarar que no debemos confundir silencio con indecisión.

Desde aquel – al parecer proverbio árabe - “Soy dueño de mis silencios y esclavo de mis palabras” se han producido miles, millones de silencios. Es cierto que tanto los silencios como las palabras pueden ser interpretados, pero creo poder asegurar que la traducción de los silencios necesita un mayor esfuerzo y encierra considerables claves difíciles de desentrañar.

Es básico recordar que los silencios, matemáticamente intercalados, son parte medular de una partitura, se sabe con antelación cuando se van a producir y resultan imprescindibles para que una pieza musical llegue a su fin. Son notas sordas a tener en cuenta. Valga el símil de que el Guadiana es tan rio cuando va en superficie como cuando avanza por el interior de la tierra. Por otra parte está claro que una cosa son los silencios técnicos de una partitura y otra muy diferente los silencios sociológicos, políticos o personales. Estos silencios sociales responden – normalmente – a intereses de todo tipo o estrategias y argucias para conseguir un beneficio. P. e.: Los políticos saben que la sociedad amenaza con el aislamiento a los individuos que expresan posiciones contrarias a la asumida como mayoritaria, aunque esta no sea tal. De ahí que la mayoría silenciosa sea a veces dominada por una minoría que grita e interpela.

En el plano de la política, desde que Alfonso Guerra dijo aquello de que el que se mueva no sale en la foto, la política en España quedó marcada para siempre, poniendo la disciplina de partido a modo de bozal para los críticos. Cuentan que la UCD, durante la Transición, saltó por los aires – entre otras cosas - porque nadie fue capaz de poner en práctica la frase que don Alfonso dijo años después. Faltó silencio y sobraron ruidos e intereses. Siempre me ha llamado la atención el silencio posterior a los congresos de los partidos: un extraño grito mudo de los más críticos sobrevuela sobre las declaraciones del sector ganador. Por cierto ¿Dónde están los socialistas críticos con Pedro Sánchez y que fue de Soraya Sáenz de Santamaría? Es la norma del silencio para no darle munición a los adversarios y adversarias, que dirían algunos. Se trata de una postura políticamente correcta. Supongo que la autocrítica se hará de puertas adentro, supongo. Ya se sabe que la ropa sucia debe lavarse en casa. Además los jefes suelen pagar bien la obediencia y el silencio debidos. El culto al líder se sobrepone a cualquier otra cuestión.

Mariano Rajoy, como político, era una persona que comentaba poco. Era, y creo que es, tan reservada como silenciosa. Su estado natural parecía ser un letargo activo: observaba y controlaba todo pero emitía poco. Era parco en palabras, escueto en detalles aunque sus hechos –dilatados en el tiempo- eran determinantes. El tiempo fue el aliado principal de sus silencios y no le fue mal del todo. Era de aquellos que esperaba a ver pasar el cadáver de su adversario aunque supongo que en algunos temas esperó demasiado. La inacción como solución; aunque hay que reconocer que ciertos problemas se resolvieron mediante una ignorancia activa de los mismos o por aburrimiento de sus antagonistas.

Considero que el silencio nunca es neutral, es una decisión que tiene consecuencias. Para unos el silencio es dorado (silence is golden), para otros el silencio suena (the sounds of silence). Otros piensan que el silencio es como una llovizna que te empapa el interior y te acaba gustando. El silencio de un cementerio tranquiliza y sobrecoge al mismo tiempo, mientras que en un monasterio te acompaña y te ayuda a vivir. En un ascensor con un desconocido el silencio te violenta. En otras ocasiones el silencio te transporta evocando recuerdos e imágenes. En cualquier caso el silencio siempre será tu cómplice por mucho que flirtees con él.

Es cierto que a veces la mejor respuesta es la que no se da. Por cierto que observo que Pedro y Pablo callan bastante y son sus segundones los que hablan por ellos. Parece que las lecciones de Rajoy no han caído en saco roto.


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