La realidad

JUAN BOSCO CASTILLA
(juanboscocastilla.com)


La realidad es compleja. La realidad es un sistema en equilibrio formado por una infinidad de elementos, de manera que si se actúa sobre uno se produce una acción indirecta sobre otros. El proceso por el que se adquiere la sabiduría consiste en entender fundamentalmente eso: que nada es baladí, que todo tiene sus consecuencias, y que esas consecuencias son en parte positivas y en parte negativas. Toda medicina, por ejemplo, tiene sus efectos beneficiosos y sus efectos secundarios. Todo camino que se escoge supone tener que abandonar otro. Toda lluvia, en fin, beneficia a unos y perjudica a otros.

Los más simples, los más necios, creen que todo tiene una solución sencilla, que casualmente coincide con la suya, pero en la realidad casi nada tiene una solución sencilla, y cuando la tiene solo es la mejor de las posibles, y aún en esos casos casi nunca es definitiva, sino temporal. De hecho, si todos los problemas tuvieran soluciones sencillas, ya se habrían adoptado por quienes alguna vez tuvieron en su manos la decisión, pues no todos ellos habrán sido malintencionados.

Cuando se utiliza la alegoría de no dar pescado a los países pobres, sino de enseñarlos a pescar, por ejemplo, o de no darle tomates, sino de enseñarles a criarlos, hay que pensar que ese pescado puede suponer tener que renunciar a caladeros donde nuestros pescadores van a pescar o que esos tomates competirán en el mercado con los nuestros. Y entonces se quejarán nuestros pescadores y nuestros agricultores. ¿Quiere eso decir que no enseñemos a pescar o a criar tomates a los países pobres? No: quiere decir que se debe tener pensado qué hacer con nuestros pescadores, que se pueden quedar sin caladeros, y con nuestros agricultores, que quizá se queden sin compradores de sus tomates.

Y más: la guerra es una barbaridad, es una aberración intelectual, es un contradiós, pero el ser humano es bárbaro, justifica sus actos con aberraciones intelectuales y actúa de forma descarriada. Las guerras han existido y existen, y ante esa realidad no cabe sino tomar postura en contra de la inmensa mayoría de las guerras, cuyas causas últimas son siempre ajenas al bienestar de las personas.

Posicionarse a favor de la humanidad y de la razón es ir contra las guerras injustas, o incluso contra la preparación para la guerra injusta. Los pensadores, los generadores de opinión y los ciudadanos debemos hacerlo siempre. Y lo deben hacer los gobernantes, sobre todo ellos. Ahora bien, como la realidad es compleja, y toda decisión tiene sus consecuencias positivas y negativas, los gobernantes deben tener pensado qué hacer con los trabajadores que fabrican bombas o barcos de guerra cuando decidan cerrar las fábricas de bombas o los astilleros de barcos de guerra, porque detrás de cada puesto de trabajo en esas fábricas o astilleros hay un salario con el que se mantiene una familia.

¿Es una contradicción? Sí, lo es. ¿Supone renunciar a buena parte de nuestros principios? Si, lo supone. ¿Entonces? Entonces, nada. Nadie puede ser absolutamente bueno con los países pobres y, a la vez, absolutamente bueno con nuestros pescadores y agricultores. Nadie puede suprimir contratos para la construcción de barcos de guerra a países en guerra y, a la vez, mantener los artilleros de barcos de guerra con los encargos de esos países. Hay una contradicción, pero así es la vida. Planteado en términos tan radicales, hay que elegir entre una de las dos opciones y asumir las consecuencias.

O quizá no haya que ser tan radicales, para no tener que elegir entre una de las dos opciones. Quizá tenga que valorarse cada decisión desde un punto de vista complejo. El término “absolutamente” es la clave. No posicionarse absolutamente en contra de la construcción de barcos de guerra, sino dependiendo de cada caso, por ejemplo. ¿Es eso cinismo? Bueno, quizá lo sea, pero también es realidad, y ya hemos dicho que la realidad es compleja y no se deja manejar en un sentido o en otro sin consecuencias, que algunas veces son más negativas que positivas.

Casi nunca se puede conseguir todo en la realidad, sino una parte. Y para conseguir esa parte hay que dar dos pasos adelante y uno hacia atrás. Hay que caminar manteniendo el horizonte, pero no en línea recta, pues esta no es siempre la más corta entre dos puntos. Hay que tropezar, y caerse, y levantarse. Hay que saber ceder y saber mantenerse firme. Y hay que saber dar la cara y asumir las responsabilidades.

Entre los programas de los partidos y la realidad hay una gran diferencia, la misma que existe entre el deber ser y el ser, entre el querer y el poder. Los gobernantes les dicen a los electores el ideal y los electores, que tienen un natural simple, se lo creen y los votan. Y así ganan los gobernantes las elecciones, prometiendo imposibles, es decir, mintiendo. Pero todo gobernante sabe que entre el querer y el poder hay una diferencia existencial, que no se puede soslayar: que no se puede cerrar un astillero de barcos de guerra y mantener los puestos de trabajo de ese astillero, por ejemplo. O dicho en términos aún más entendibles: que no se puede cerrar un astillero de barcos de guerra y pretender que sus trabajadores te sigan votando.

Cuando un político llega a un puesto de responsabilidad, lo primero que debería saber es que tendrá que apechugar con un montón de contradicciones, muchas de ellas relacionadas con la ética. La primera, que deberá renunciar a poner en práctica lo que le ha prometido a los electores. Pero hay más, muchas más, porque la realidad es sumamente compleja.

Margarita Robles, la Ministra de Defensa, ha sido jueza. Los jueces comparan el deber ser de las leyes con el ser de la realidad y emiten una sentencia. Para una jueza, debería ser tan necesario saber de leyes como saber de la realidad, si quiere ser justa. Margarita Robles debería saber que la realidad es compleja y no hay decisión que no tenga muchas consecuencias de distinto tipo. Margarita Robles ha pensado como todos los seres humanos de bien y se ha posicionado en contra de las guerras. Eso es lo correcto, ahí está el deber ser. Pero Margarita Robles es, además de un ser humano de bien, la Ministra de Defensa, y debe tener en cuenta los efectos secundarios de sus decisiones, algo que a los que no tomamos decisiones sobre las fábricas de bombas no nos afecta. Margarita Robles tiene en sus manos que Arabia Saudí no tenga bombas españolas y, por añadidura, tiene también que unos cuantos miles de familias cuenten con un sueldo fabricando barcos de guerra. Y ahí está el ser, la realidad, ese terreno pantanoso en el que se mueven quienes deben tomar decisiones, muy ajeno al suelo firme pero ficticio de los programas políticos y lo absolutamente bueno.


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