¡Madre!

MIGUEL BARBERO GÓMEZ


Sólo la pronunciación de la palabra alberga una enorme sensación de afecto y pertenencia. Un entrañable sentimiento de amor verdadero y total.

Así es una madre, el ser humano que más quiere a su hijo. Seguramente, el tiempo que lo lleva en su útero y el tierno cariño que le dispensa durante toda su vida a ese ser que ha nacido de sus entrañas, crea una atmósfera de amor profundo que dura toda la vida.

La relación que se establece entre un hijo y su madre es lo más puro y sincero que puede existir entre dos seres humanos. Si, al principio, la dependencia de un hijo con su madre es principalmente física pues necesita protección y alimento, conforme se va haciendo mayor, un hijo reconoce en su madre el mejor y más seguro refugio de todas sus aflicciones y establece con ella una gran complicidad de la que todos tenemos ejemplos diversos.

El amor de una madre por su hijo es infinito. Hay múltiples ejemplos de sacrificios máximos, donde ella entrega su vida para salvar la de su hijo.

¿Quién no ha tenido en más de una ocasión a su madre como tapadera de alguna travesura o algún revés por culpa de la inconsciencia de la juventud? Ahí estaba siempre ella para anular la regañina del padre y evitar pasar por la vergüenza de una situación comprometida.

Ella siempre pendiente de todos los detalles que pueda necesitar su hijo. ¡Cuántas noches en vela, angustiada por unas décimas de fiebre del sujeto de su amor infinito!

Y así toda la vida. Por muy mayor que se haga el hijo, siempre será su niño o su niña. Y aguardará levantada las horas que sean necesarias hasta ver que su hijo ha vuelto a casa sano y salvo.

¿Qué más se puede decir de una madre; de su amor infinito por su hijo?

Fijaos que importancia tiene una madre, que hasta el mismísimo Dios, para venir a este mundo, se procuró una: la Virgen María.

¡Descansa en paz, Mamá!


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