Tradiciones navideñas. Patrimonio Inmaterial

JUAN ANDRÉS MOLINERO MERCHÁN 
(Doctor por la Universidad de Salamanca)


LA FÉRULA CONSUMISTA QUE NOS EMBRIAGA en estos días, envuelta en luces y escaparates, se impone de forma inmisericorde. Todo es mercado. Apenas si queda sitio para los motivos navideños al uso, relegados a simple ornato: simples excusas decorativas en el mundo en que vivimos. La realidad toda, de porte navideño, se ha convertido en un mastodóntico escaparate luminotécnico para impulsar del lleno al consumo. Qué distintas y distantes quedan las celebraciones tradicionales de porte rural de nuestros pueblos. No se trata de postular nostalgias ni añoranzas del pasado –que en absoluto busco ni persigo– sino acreditar simplemente verdades que en muy poca medida precisan del acta notarial. Ante esa certeza contundente quisiéramos, a manera de homenaje de nuestros antepasados, evocar algunas tradiciones señeras escuchadas a los más viejos o documentadas históricamente.

Cabe primeramente subrayar que los mayores quilates diferenciales se encuentran en eventos y actitudes de porte inmaterial. Las navidades pedrocheñas del mundo tradicional eran completamente ajenas al boato y ostentación, toda vez que nuestros pueblos estuvieron siempre sembrados con fuertes dosis de humildad. La espiritualidad y manifestaciones de carácter religioso constituyen los mayores pilares de sustentación de festera. La Navidad era ambiente de recogimiento, afecto y mucha trascendencia en el ámbito del imaginario católico. Una etapa sustantiva, perfectamente engarzada con el resto de episodios y escenificaciones cristianas (Candelaria, Semana Santa, festividades de San Juan, etc.). Sin restar un ápice de importancia al marco natural en que se desarrollan (Natividad, solsticio de Invierno), coincidentes –en absoluto de forma fortuita– con los grandes hitos de carácter astronómico. La Iglesia católica aprovecha sobremanera los cambios de la naturaleza para imbricarlos, de forma extraordinariamente hábil, con sus mayores celebraciones, dotándolos de significados propios.

En relación con la naturaleza, la vida y la muerte, son especialmente relevantes en Los Pedroches las tradiciones vinculadas con las ánimas del Purgatorio. Todos los pueblos de nuestra comarca celebraron en Navidad y Adviento la exaltación de dichas titularidades; con el imprescindible acopio del sustento económico. Hablamos de las cofradías de las Benditas Ánimas del Purgatorio –que curiosamente muchos mayores recuerdan–, que en un ejercicio intenso de espiritualidad y recogimiento recorrían las calles de las villas (el 24 de diciembre, con farol y campanilla) con cantos enardecidos de religiosidad (con letras sempiternas, sabidas por todos) casa por casa. Se cantaba en las puertas de los hogares –con el correspondiente permiso (se canta o se reza, decían)– para obtener las exiguas y esforzadas limosnas para costear los sufragios de las benditas ánimas. Complaciente la vecindad en sus loables cometidos, sentenciaba principios de generosidad con lo que podía (que era poco). Si la casa estaba de luto…, se rezaba. Con riguroso respeto. El contingente limosnero se sacaba a subasta en el Cuartelejo de las Ánimas al mejor postor. Siempre fue dicho enclave, de mayor relevancia urbanística (por su centralidad), uno de los topónimos más acendrados de nuestros pueblos. Aún recordamos, cuando pasamos por ellos (quienes los conocen y recuerdan), esta inmemorial tradición de tanta carga emocional.

De otra parte, lo espiritual y simbólico alcanzan altas cartas de naturaleza en el ámbito de la teatralidad. Con mayor carácter festivo (por su alegría y revestimiento), a pesar de su comedimiento religioso. De especial relevancia son las escenificaciones de “Los Coloquios” en varias poblaciones (hoy ensalzados en Alcaracejos, con aparato diferente, boato y costumbrismo), que fueron santo y seña de la Navidad, con dilatados horizontes desde el Medievo (Autos Sacramentales). En Los Pedroches la tradición señera queda enaltecida con la formalización y texto del autor dieciochesco Gaspar Fernández Ávila (“La infancia de Jesucristo”, 1784), que escenifican con candor los conocidos episodios del imaginario católico (Anunciación, Huida a Belén, Herodes, Posada, etc.). En los mismos términos cabe hablar de las representaciones de los Autos de los Reyes Mayos (teatralizados en El Viso) como exaltación de la Epifanía. En el marco tradicional se realizan al arrullo de la Iglesia y de casas particulares, en un clima de gran recogimiento y embriaguez emocional bien distinta del sentido actual. El carácter literario del citado autor conmueve –esa era su intención– con ese lenguaje popular que tanto llega a las gentes humildes, captando muy bien los registros emocionales.

De mayor intensidad navideña es el legado, perdido mayormente (escuetamente recuperado), del Cancionero tradicional de Los Pedroches. Se trata de un corpus amplísimo de villancicos que, con una temática religiosa estricta, exaltaban el espíritu de la Navidad. Se prodigan en la Modernidad a través de la liturgia de Iglesia (Misas del Alba, de aguinaldo, etc.) y en los ámbitos particulares de las casas, al arrullo del fuego. La mayor riqueza se encuentra, mayoritariamente, en la generalización de letras (por una parte) y la singularidad de algunas poblaciones. Bien es cierto que generalmente las formulaciones musicales respondían a los cánones litúrgicos de la Iglesia, personalizándose luego con mucha facilidad en ámbitos particulares, con formas y estilos de cierta singularidad. Desgraciadamente, más allá de los villancicos comercializados en nuestros tiempos por las grandes cadenas comerciales (y musicales), lo más personal y singular de la comarca se pierde inexorablemente, o se guarda celosamente en el baúl de los eruditos que –con mucho encomio– recopilan lo poco que nos queda de las centurias pasadas. Que seguramente era mucho y bueno. Desgraciadamente, nuestros niños ya no conocen nuestros villancicos.


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