Ventana del reloj de la torre de Pedroche. Patrimonio ignorado.

JUAN ANDRÉS MOLINERO MERCHÁN
(Doctor por la Universidad de Salamanca)


NO SON POCOS, Y PRÁCTICAMENTE DESCONOCIDOS, los retazos de nuestro patrimonio cultural que son pequeñas joyas. Habitualmente pasamos delante de ellos sin percatarnos de su pequeña-gran historia . Resulta completamente normal, pues lo hacemos con nuestros convecinos muy asiduamente. Generalmente nos detenemos ante los referentes de relumbrón, donde los mass media inciden en mostrarnos monumentos descollantes (creen ellos; agentes turísticos, etc.). Esa actitud causa en el patrimonio de Los Pedroches no poca acritud: pues nuestros mayores valores materiales y espirituales se encuentran entretejidos en la cotidianidad. Convivimos con ellos sin mayor reparo (viviendas, naturaleza, habla, ermitas, tradiciones ancestrales…).

Vienen al caso los prolegómenos anteriores porque me gusta reparar a menudo en pequeños detalles del patrimonio monumental. Especialmente sobre elementos artísticos de menor consideración (social, política, artística…) que, sin embargo, guardan un precioso bagaje conceptual. Constituyen auténticos libros abiertos de historia, arte, economía, política, etc. Analizarlos con amplitud y seriedad demostraría fácilmente que nuestra desidia es completamente injusta. Nuestra mirada desenfocada nos impide a menudo apreciar estos pequeños detalles que nos dicen con mucha fuerza bastante de lo que somos y hemos sido en infinidad de parámetros existenciales. En el tenor de lo dicho traigo a colación un elemento escultórico-artístico que generalmente pasa desapercibido: la Ventana del Reloj de la Torre de Pedroche.

Como he indicado en otras ocasiones, la mezquindad de nuestra apreciación se justifica, en parte (lamentablemente), por encontrarse la obra inserta y en paridad con una monumentalidad de primer orden, considerada como un emblema histórico y una belleza monumental relevante en la comarca. Eso es el Castillo de Pedroche. Todo un símbolo material, espiritual y artístico de esta tierra, que representa un territorio medieval, un poder (civil y religioso), y una referencia económica; un baluarte artístico que cabalga entre las excelencias que fenecen del Medievo y el aura floreciente del Renacimiento quinientista. Contra este gigante tiene que competir, en descomunal inferioridad, nuestra Ventana del Reloj, que es obra inherente al mastodonte castillo, sembrado de Historia en sus cimientos. 

Torre de la Parroquia del Salvador de Pedroche / RAFA SÁNCHEZ RUIZ


La susodicha ventana es, en su comedimiento formal, una enseña muy significativa de un tiempo y un espacio. Desgraciada, o afortunadamente, se encuentra como escondida y bajo auras de clandestinidad en una calle estrecha y recoleta. Desencuentro quizás, armonioso en su contradicción (llena de lógica), entre la estrechez del vial y la belleza del ventanal. Nada extraña que se abra una gran luz en un portentoso cuerpo opaco de torre, como respiradero agónico de aquella masa pétrea en su conformación perimetral completa. En verdad merece la pena detener la vista en esta galantería de los canteros pedrocheños. Ofrécesele al visitante atento un espectáculo singular, sin grandes pretensiones. No obstante, es tanta la elocuencia con la que hablan las piedras que nos permite recrear la Historia de Pedroche, vislumbrar la aurora del Renacimiento y soñar con los ojos abiertos con ese arquitecto mayor de Córdoba que, con no poco esfuerzo, venía esporádicamente a esta tierra alejada de la capital. A dar en dos días cuatro trazas de porte maravilloso. Curiosamente –como digo– ni se mira. Dice el refrán que la ignorancia es muy atrevida, y debe ser verdad. De las bellezas pequeñas, que son grandes –creo–, hay que disfrutar con despacio y no poco deleite. Hay que tomar mucho el sabor y paladear.

La historia de la ventana, en términos materiales, está vinculada de forma ineludible a la de la Torre e Iglesia del Salvador. Hablamos de ese espinoso final de Cuatrocientos (s. XV) que representan los litigios señoriales frente al poder regio de sus católicas majestades (Reyes Católicos). Esos episodios drásticos y altisonantes –que ahora se teatralizan con no poco acierto– entre los Messía y la tierra de Realengo, que concluyen con la contundente solución del descabezado de la fortaleza medieval para contrariar las aspiraciones de la levantisca nobleza del condado de Santa Eufemia. Entiéndase la entrada, con todo vigor, del aura del Estado Moderno. El dominio del poder real frente al señorial en sus últimos estertores. En esas décadas finiseculares (s. XV) y subsiguientes del Quinientos se levanta la actual torre y ventana que nos ocupa. Aquélla sobre las cenizas de la vieja fortaleza castrense de las centurias anteriores, y de las anteriores…

Son tiempos de graves cambios y transformaciones culturales, artísticas y estéticas; devenidas de ese trueque de poderes políticos, avance económico y pujante sociedad oligárquica (algunos de los poderosos de Pedroche). El Humanismo cristiano abre brecha fijando una imperiosa estética renacentista. Un nuevo lenguaje a lo romano que devine, fuerte y vigoroso de los textos del mundo clásico reconvertidos (¡aahhh, como es la Historia!) en paladines artísticos de moda. Qué cosas, renovando con lo antiguo. A Pedroche llega la novedad elaborada y edulcorada por el maestro arquitecto de Córdoba, Hernán Ruiz II, paladín del nuevo estilo que señorea en sus trazas las antiguas esencias de Roma. Véanse en la Ventana del Reloj las florestas y gracias ornamentales. Hay en la comarca lugares y promotores de postín, que elevan el Renacimiento con obras del más alto escalafón del pugilato provincial, como Hinojosa del Duque, que es santo y seña del estilo en Córdoba y Andalucía.

Pedroche aprovecha la luminaria del Maestro Hernán Ruiz II para incorporarse al carro del nuevo estilo. Desgraciadamente la tradicional capital del Realengo oriental no cuenta con capacidad económica suficiente para levantar una Catedral renacentista (a la manera de Hinojosa). No la tiene, aunque lo intenta, por la sencilla razón de plantear una iglesia mastodóntica en dimensiones y programas escultóricos que frustraron su enorme impulso. Aún puede apreciar el visitante por todo el contorno de la iglesia del Salvador retazos del incipiente Renacimiento (arranques de arcos; decoraciones…). De una cabecera presbiterial que fue imposible. Esos vestigios hablan claro y fuerte del proyecto frustrado. Esa fue su gloria y su miseria.

La Ventana del Reloj, sin embargo, alcanza carta de naturaleza aún en su planteamiento alicorto. Pues no puede ser de otra manera. Se trata simplemente de una apertura en la Torre sin mayores pruritos. El Maestro sabe que no existen grandes recursos económicos, ni son posibles soluciones escultóricas grandilocuentes. Quiere no obstante dejar el santo y seña del nuevo lenguaje: con pequeño ornato perimetral exterior y un magnífico derrame interior como solución arquitectónica solvente. De esta forma, con su imperiosa mesura, entra Pedroche en el Renacimiento.


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