El silencio de las calles

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Dicen que las calles están vacías. Supongo que el frío invita a dejar a la gente en casa o será que la gente sale menos. Es normal pues en las casas lo tenemos todo. Los niños tienen más de lo que desean. Y los mayores también. Antes la gente soñaba con las cosas que veía en los escaparates. Las miraba mucho antes de comprarlas. Pero ahora tenemos tiendas enteras en nuestros domicilios. Ya no hay ese deseo de salir a la calle. Metimos todas las cosas en casa y en el ordenador. Allí tenemos a los amigos o seguidores, la tienda on-line, los periódicos en el quiosco digital, el fútbol y las neveras llenas después de comprar a lo grande con esos carros a rebosar.

Lejos quedan aquellos tiempos cuando los niños crecían en la calle, con cientos y cientos de historias, todos crecían sabiéndose el nombre de todos los vecinos y de los comercios extraordinarios a los que te mandaban a comprar huevos, leche, mantequilla o sal. Cada tarde era una aventura al salir de clase. El barrio éramos nosotros. Estaba hecho a la medida de nuestros sentimientos. Juegos en la calle con chavales de todas las edades. Los más grandes te enseñaban. “La vida nos guía, pero otras veces nos pierde”, decía un vecino mío varios años mayor. Un día se marchó a no sé dónde. No hemos vuelto a saber más de él. Ni si la vida lo guió o lo perdió.

Lo que sí sabíamos es que había muchos bares. Un bar por cada barrio o dos. O tres. Había una relación de calle. De proximidad. Se hablaba en las puertas de las casas. Ahora se habla en la red. No se va al quiosco a por el periódico. Se lee en internet. No se va al campo a ver el fútbol. Uno lo ve en las plataformas de televisión. Y ya no se manda a los niños al comercio de barrio. En muchos sitios, ya no hay comercio de barrio. Y si lo hubiera, ya no falta de casi nada en la despensa. Los vecinos no notan cuando alguien se muda de barrio. Me acuerdo que cuando había alguna mudanza al barrio te desvivías por servir al nuevo que llegaba, y te afectaba cuando un vecino se marchaba. Estamos mucho más robotizados aunque en las redes queramos mostrar nuestro lado más solidario. Es una solidaridad indirecta, con lo ajeno y de palabra cuando hay que ser solidarios con el que tenemos al lado y de manera directa e inmediata. Un mundo menos de verdad. Porque es un mundo que da menos la cara.

Los pueblos se estrecharon, los bares cerraron, los comercios de barrio se escondieron. El pulso cambiante de los pueblos en estos años tecnológicos. Nos queda una vida muy mecánica. Compramos en el mismo sitio. A veces, casi lo mismo. Miramos las mismas cosas en la red. Y cerramos de llave las puertas de nuestras casas. Decimos que tenemos un mundo mejor porque creemos que lo mejor es tener más comodidad. Pero tenemos menos aventura. Esa que ocurría cada día en la calle o en nuestro barrio. En ocasiones íbamos a barrios lejanos sin mapas ni GPS. Buscando a un equipo rival al que poder retar o echar un partido. Salíamos a la calle. Eran los ensayos de la vida para lo que vendría después. Se hacían en plena calle.


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