Las tardes de viernes en el cine del Colegio Salesiano

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Los viernes por la tarde teníamos cine en el Colegio Salesiano. Después de la película que proyectaban nos metíamos en el personaje de la película que habíamos visto. Jugábamos en la calle a representar obras en las que los indios peleaban con vaqueros o los piratas asaltaban barcos. Así aprendimos a actuar. Todo volvía a su lugar después de la representación en la calle o en el cuarto de una habitación cualquiera.

Luego terminó el cine de colegio que era de ficción y comenzó el de la vida real, una vez que dejamos atrás las estrellas de la infancia. Y así aprendimos a inventarnos un personaje. Unos al volante de un camión, otros en la granja de su padre, en el comercio de su abuelo o en la oficina que puso en su casa. Cada uno en su papel. Todos metidos en un personaje. Pero ya no había mundo infantil al que poder regresar. El mundo deja de ser una metáfora cuando creces. Después las cosas simplemente suceden. Y encuentras a personajes empujados a un guión que no le corresponde y otros tan metidos en su papel que no saben si es el suyo o el de su vida irreal.

Nadie fue capaz de retratar la imaginación infantil de aquellos días. Perdimos los papeles que interpretábamos y la fantasía con la que jugábamos. Creamos mundos aparte con los personajes que nos hemos creado. No somos los mismos. La diferencia es que no soñamos. Cuando empezamos a ser reales empezamos perder los sueños. Hablo de esos mundos soñados donde abordábamos barcos, conquistábamos tierras, nos adentrábamos en la Roma Clásica, éramos jinetes al galope y vivíamos momentos épicos, hasta tal punto que este juego infantil era verdad aunque fuera mentira. Hasta que aquella bici de la niñez se fue quedando sin frenos y en la peli que pusieron después nunca ganaban los buenos como cantaría Sabina después en la adolescencia.

Hoy no tenemos una vida de cine porque nos mueve el dinero. Tan necesario y tan ‘atrapador’. Es el argumento para una obra imperfecta. Nos quedamos solo en nuestro papel. Sin cambiar el personaje. Y dejamos de hacer cosas. Olvidamos representar ese papel de jinete, de marinero, de policía, de detective, de romano. La fantasía es algo que no se tendría que perder. Da igual en a fila que estemos. Importa que estemos en ese cine donde se proyecten películas que nos animen la vida y que nos saquen de la rutina que nos hemos creado con personajes (que en muchos casos no nos corresponden).

Trabajamos la imaginación menos ahora que antes. Los mundos virtuales nos han alejado de la creación. Nos ofrecen las cosas creadas y nosotros solo jugamos con ellas. No hay representaciones. No hay fantasía. Mucho engaño. No solo para engañar al de al lado sino para engañarnos a nosotros mismos. Nos estamos creando unos perfiles tan poco reales que ni nos parecemos.




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