Efeméride de Rembrandt. El genio holandés

JUAN ANDRÉS MOLINERO MERCHÁN 
(Doctor por la Universidad de Salamanca)


EL PINTOR HOLANDÉS POR EXCELENCIA, que habita mayormente en nuestra memoria colectiva, es Rembrandt. Son palabras mayores, sin duda, cuando la nómina de pinceles del territorio nórdico se engruesa con nombres como Veermer, Van Gogh, Fran Hals, El Bosco, Brueghel, Jan Van Eyck o Mondrian. En el presente año brilla su obra con fulgurante luz al tenor de la conmemoración del 350 aniversario de su muerte (1669). Con ostentación envidiable se muestran, como no puede ser de otra manera, las exposiciones del Rijksmuseum (hasta 10 de junio), el Maurithuis y la casa del artista en Ámsterdam. Se trata de la mayor colección del mundo sobre el genial pintor de los País Bajos, porque recogen cantidad y calidad, mostrándonos como nunca la evolución del maestro desde la juventud hasta su muerte en el arte de los pinceles; la comprensión de su tiempo histórico y el fuerte impacto socioeconómico de ciudades nórdicas en el Arte.

La gigantesca figura de Rembrandt (Leyden, 1606-1609) emerge en nuestro imaginario cultural y artístico como un torrente. Todo el mundo tiene in mente las obras universales del maestro (Ronda de Noche, Lección de anatomía del doctor Tulp, Los síndicos pañeros…), infinidad de retratos, pinturas y grabados. Nada extraña que se convirtiera rápidamente en un mito, que se hiciera de él una construcción cultural (con biografías más o menos noveladas, como Keesvan Dongen (1877-1968); filmografía, Alexander Korda, Rembrandt, 1936) muy en sintonía con el ideario holandés (la imagen aburguesada…). El extraordinario pintor cuenta realmente con todos los ingredientes para trascender los límites del tiempo: desde su genialidad pictórica, impronta vital excepcional, elevada proyección social y desgracias personales conmovedoras (muerte de tres de sus cuatro hijos, su mujer, y desastrosa situación económica con su ruina, teniendo que vender sus cuadros y colecciones). Todo ello amalgamado en la coctelera del tiempo, deformación y manipulación varia. Obviamente, la construcción cultural y lectura de masas (contemporánea) no es ajena en absoluto a la Historia del Arte. Rembrandt es en sí mismo, al igual que su obra, un producto elaborado.

El pintor está fuertemente impregnado por su contexto geográfico e histórico. Las ciudades de Leyden (nacimiento, hasta 1631) y Ámsterdam (a partir de 1631) conforman junto otras ((Leyden, Utrecht, Rotterdam, Groningen, Haarlem, Delft, Amsterdam…) un entramado de crecimiento económico sustancial, constituyendo el pilar de su quehacer y proyección social. La independencia política de la Corona Española (Wesfalia 1648) junto al poder real de la burguesía (muy estratificada en colectivos) y sus instituciones posibilitan un mercado libre y abierto. Una vida cultural intensa, de ciencia y humanidades que favorecen el contexto vital de Rembrandt. La Obra del maestro es colosal, con una nómina de cien retratos (familiares y amigos, esposa Saskia, coleccionistas, comitentes), cerca de cuatrocientos lienzos, quince mil dibujos (Benesch, 1954-57) e infinidad de grabados. Aliñado todo ello con el magisterio de la genialidad. En toda ella se desborda originalidad, innovación y solvencia. Los retratos calibran de forma extraordinaria la capacidad del artista, no solamente con calidad para el marchating, sino su insistencia en perfeccionamiento y aprendizaje para sí (no para vender), sentenciando principios de contemporaneidad.

Como pintor es heredero de la grandeza de los Países Bajos en el s. XV (su siglo de oro), pero también de un Quinientos boyante que vira hacia el Manierismo con brotes de innovación y creatividad; fruto de la simbiosis entre la penetración pictórica italiana y las experiencias locales. La promiscuidad entre los holandeses y el naturalismo italiano, sus miradas hacia Venecia (el color) y la imponente influencia de Caravaggio (a partir de 1620 en Terbruggen, Van Honthorst o Van Baburen). Recurrencias estéticas en los efectos de claroscuro y verismo de la representación de la superficie de las cosas. Rembrandt navega entre las exigencias sociales coetáneas, influencias italianas, identidad del pasado de los Países Bajos y su vitalidad pictórica experimental.

Sin embargo, rompe moldes sobre el magisterio de su era con una personalidad apabullante, elevando su pintura a la cúspide en el Seiscientos. El maestro avanza sus pinceles alejándose de la dialéctica de los caravaggistas. Su creación personal camina con espacios, formas, colores y luces en compostura indisociable en un Todo coherente. El ojo del espectador amalgama maravillosamente las dispersiones formales (de multitud de elementos pictóricos), dándoles un sentido unitario de identidad global. Visión, imaginación y emoción constituyen la virtualidad pictórica de Rembrandt. Resulta contundente la interiorización del arte del maestro, que postula formulaciones propias muy reconocibles (en forma y contenido).

Sus temáticas más personales y domésticas (retratos, con Saskya, colectivos, etc.) se conjugan alegremente con lo excepcional, exótico y temática religiosa. Rembrandt es el pintor del alma, de las emociones y pasiones. Es un narrador de historias (bíblicas, contemporáneas, de burguesía coetánea…), donde lo histórico y lo personal se confabulan alegremente. Como dice Kenneth Clark, además de sus extraordinarias dotes como pintor puro e ilustrador, llega hasta lo más profundo de la vida y aparentemente nos muestra su corazón abierto (Clark, 1989, 13). Tenemos pues, como queda indicado, una oportunidad de oro para disfrutar del maestro holandés. Rembrandt, un pintor universal.


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