Las historias de mi padre (VI)

ANTONIO ARROYO CALERO


Fue D. Joaquín Pérez Salas, militar del arma de artillería. Había nacido en Sevilla en 1886 y pertenecía a familia de larga tradición militar. Permaneció fiel a la Republica ante el golpe de Estado de 1936 y la defendió hasta el final de sus días.

En 1937 era la máxima autoridad militar en la zona de los Pedroches. En marzo de este año dirigió, con éxito, la defensa y posterior contraofensiva ante el ataque de la las tropas franquistas en la denominada “ Batalla de Pozoblanco”. El frente en esta zona, a partir de estos hechos, quedaría estable hasta el final de la guerra.

Excelente militar, hombre de honor y persona de profundas creencias religiosas, amparó a muchas personas consideradas de derechas. Ello le supuso ciertas antipatías de algunos de sus compañeros, entre ellos las del capitán Elías, oficial de milicias perteneciente al Partido Comunista, que había conseguido el grado de oficial más por razones políticas que por conocimientos militares.

Contaba mi padre que un día amanecieron los muros de la Iglesia de Santa Catalina con grandes letreros: “¡Abajo Pérez Salas! Viva el capitán Elías!”. Don Joaquín no le hizo demasiado caso, el estaba a otra cosa.

Ante un gran mapa del frente de guerra bajo su responsabilidad, explicaba un día D. Joaquín a sus oficiales las estrategias y maniobras militares que habrían de ser ejecutadas. El capitán Elías, a la vista de la amplitud del frente exclamo “¡Mucho frente!”, a lo que Don Joaquín, contestó: “Demasiado frente para tan pocos dedos de frente”.

Pérez Salas terminó la guerra en Cartagena como máxima autoridad militar de aquella plaza que fue la última en España en rendirse a las tropas de Franco. En el puerto de la ciudad se amontonaban miles de dirigentes republicanos que intentaban subir a un barco para huir al extranjero. Era D. Joaquín el responsable de firmar los salvoconductos que se entregaban con cuentagotas pues las plazas eran muy limitadas. Entre los muchos dirigentes republicanos allí agolpados se encontraba el capitán Elías. D. Joaquín Pérez Salas firmó la autorización que le permitió huir en el petrolero Campillo, último barco que zarpó del puerto rumbo a Orán. Así pudo salvar la vida.

D. Joaquín, que pudo irse, no quiso. Sabiendo que moriría, se quedó en Cartagena para entregar la plaza de forma ordenada cosa que hizo el 31 de marzo de 1939. Al día siguiente terminaba la guerra Civil.

D. Joaquín Pérez Salas fue detenido, juzgado por “rebelión militar” y condenado a muerte, a pesar de los numerosos testimonios, que en su defensa, aportaron decenas de personas de Pozoblanco a las que tanto amparó.

Fue fusilado en Murcia el 4 de agosto de 1939 y murió al grito de “¡Viva la República! ¡Viva Cristo Rey!”.

Y ésta era una de las muchas historias que contaba mi padre.


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