¿Qué fue de la gente del campo en los pueblos?

EMILIO GÓMEZ
(Periodista-Director)


Hablan de la España vacía. De la muerte de la España rural. Somos todos culpables. Por consentir tanto. Por pensar que somos ciudad. Somos pueblos. Y no nos hemos comportado como tal. El trabajo del campo ha estado mal visto. La gente no quiere mancharse en el trabajo. Y los ganaderos se manchan. No están dentro del marketing de la sociedad moderna que nos han construido. Basta ya de estigmatizar a la gente del campo, de ignorar a la gente que trabaja en él. ¿Por qué no nos podemos sentir orgullosos de la gente que trabaja en el campo, con las cabras o las vacas? He visto las listas de los partidos a las elecciones municipales y apenas hay gente del campo en las listas. Algo que duele. Y mucho.

Los del campo han sido los salvadores de una tierra. Sin ellos, esta tierra, hubiera sido abandonada en su gran mayoría. Ellos, con su trabajo, han conservado un modo de vida y unas razas de ganado en peligro de extinción. Han dedicado sus horas y sus días a trabajar en sus campos.

Quienes dividen el trabajo entre intelectual y físico, está claro que no han visto de cerca todo lo que tienen que hacer las manos que nos dan de comer. Hablo de esas manos que mantienen a tantas sillas de despacho. Tanto parlamentario, diputado o político. El campo está pasando malos momentos. Antes una familia podía vivir con una docena de vacas. Ahora estamos en un mundo cargado de recibos, y una familia o tiene más de cincuenta vacas o es imposible pagar todas las exigencias que hay hoy día. Mucho intermediario. Muchos impuestos y un futuro muy oscuro. Un mundo en el que hay pocos productores y muchos intermediarios. Pocas manos que trabajan y muchas bocas que comen. Y hablan. Encima de que el plato se lo han regalado.

Hay gente que se pega una ‘vidorra’ padre, con unos horarios definidos y hasta poco respetados, y es esta gente la que lo critica todo (pues tiene tiempo para ello). Se creen ideólogos de una sociedad hecha para sus derechos. Pero sin obligaciones. No voy a decir que todos vayamos a ordeñar vacas. Pero, al menos, que valoremos nuestra fuente de riqueza, el campo. Si valoramos eso. Si aupamos nuestros productos. Si compramos en nuestros supermercados y comercios. Si gastamos en lo que se cría aquí. Apoyando. Si hacemos todo eso, cambiaría el cuento.

Los pueblos no se mantienen. El mundo rural se acaba. Hay personas urbanitas viviendo en los pueblos que no saben lo que es el campo. A pesar de que lo tienen al lado. Hay personas en los pueblos que son ‘animalistas’ que piensan que una vaca vive y muere de forma cruel porque es ordeñada permanentemente y luego es sacrificada. Eso sí, si por ellos fueran no quedaría ni una porque no han criado nunca nada. Ni una vaca, ni una cabra, ni una gallina. A los sumo el perro, como animal de compañía.

Se les llena la boca de decir tonterías. Contrarios a comer carne. ¿Qué es más ecológico, comer esa carne y leche local o comer aguacates y quinoa que vienen de América del Sur? ¿Se es más ecológico o sostenible consumiendo producto local o consumiendo naranjas de Dios sabe dónde? Es el mundo que hemos creado. Tan sabio. Tan preparado. Tan urbanita. Donde todo el mundo sabe de todo. Donde se piensa que los que nos precedieron fueron unos ‘desgraciados’ que se pasaron la vida trabajando. No se paran a pensar que aquellas que nos precedieron tuvieron más hijos, menos problemas, menos ‘papeleos’, más armonía, menos violencia y comieron más económico y más sano. No despoblaron tantos sus pueblos. Muchos conservaron su familia hasta el final de sus días. Y sus hijos no se marcharon fuera.

Hoy vemos como hay mucha más soledad, mayores abandonados, padres que apenas disfrutaron de sus hijos porque marcharon a la ciudad, familias más cortas con padres separados. Hombres y mujeres que se mueren solos en el pueblo. Una realidad palpable. Eso sí nos pintan las cosas de color de rosa. Nos hacen creer que vivimos en un mundo más justo. Más tranquilo. Aunque nos lleven a vivir a ciudades apestadas de gente. Sin tiempo para nadie. Con atascos por todos lados. Y con cuentos de andar por casa.

Mientras tanto, aquí dejamos los pueblos vacíos. Porque no valoramos lo que tenemos. Porque no sabemos ni lo que somos. Porque no hemos pedido lo que es nuestro. Aquí hemos pagado impuestos. Los mismos que en las ciudades. Sin embargo, ¿quién se acuerda de la agricultura y la ganadería? En el famoso debate de esta semana nadie hablaba de ello. Nadie habló ni un segundo de la agricultura y la ganadería. Y muy poco de la despoblación. Quieren que vayamos todos como ratas a la gran ciudad.

¿Dónde están los partidarios de una acción política que lleve a cabo un mensaje que reclame los derechos de lo rural frente a lo urbano? No interesa lo rural. Por desgracia. Podemos estar dándonos cabezazos, pero, o se hace algo o estaremos penando cada día más. No se ha conocido un silencio más consentidor nunca. Los políticos no dicen nada pues nadie quiere dañar a su partido. O mejor dicho dañar sus relaciones con el partido. Un silencio que se propaga de norte a sur o de sur a norte. Por todos sitios. No es una cosa de aquí o de allí.

Nosotros tampoco hemos valorado nuestra economía, nuestra forma de vida, nuestro saber. Nos hemos dedicado a ser urbanistas de semana y rurales de domingo. El campo es para trabajarlo. Y valorarlo. Los que trabajan en él deben estar respaldados porque si no, todos huyen. He oído a mucha gente decir aquello de “qué bien viven los de campo”, “qué coches más grandes tienen los del campo”. Pero a ninguno de los que decía eso los he visto ponerse el mono y coger el escardillo. Ni tampoco le he visto ningún interés en hacerse ganaderos. “Si tanto beneficio tenía eso de ser de campo…”

Vivimos en el mundo de la comodidad. Reñido con lo que fue en otro tiempo el mundo rural. En el campo se trabajó mucho. Y todavía se tiene que trabajar mucho para ganar el pan. Por eso ahora la gente se va. No le den más vueltas.


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